viernes, 1 de marzo de 2013
Mitología y literatura
La Leyenda del Minotauro.
Una de las leyendas más célebres de la antigüedad, originada en la cultura cretense, fue
retomada por dos grandes literatos de occidente, ambos muy distanciados en el tiempo y
en el espacio. Karina Donángelo nos cuenta las particularidades del mito griego y las
características que posteriormente le atribuyeron el poeta latino Ovidio, en "La
Metamorfosis", y el escritor argentino Jorge Luis Borges, en el cuento "La casa de
Asterión".
"Sé que me acusan de soberbia, y tal vez de misantropía, y tal vez de locura.
Tales acusaciones (que yo castigaré a su debido tiempo) son irrisorias".
La casa de Asterión (Jorge Luis Borges)
A menudo ocurren hechos que superan la ficción. Se trata de una delgada línea roja
entre lo real y lo imaginario. Después pasa el tiempo y estos hechos quedan en el
olvido. Lo mismo ha ocurrido en otros ciclos históricos, donde para muchos
investigadores, las huellas de antiguas civilizaciones se han perdido en un recodo del
tiempo. Y se transforman en leyendas, mitos o fábulas.
El pensamiento mágico que ha caracterizado a la primitiva Grecia, poco se conoce.
Formó parte de un "mundo encantado". Hoy, sin embargo, vivimos en una época
signada por el "desencantamiento del mundo". Un mundo acaso mucho más impío, más
cínico, más escéptico y desamorado. Carecemos de epopeyas, escasea el lirismo y casi
todo, tarde o temprano, pasa al olvido. No obstante, esta cronista cree humildemente
que el tiempo no pasa: somos nosotros los que pasamos, la cuestión es cómo.
Por eso, es importante proyectar la inteligencia muy lejos hacia atrás y hacia delante
para comprender el presente.
Desde el inicio de los tiempos, el hombre ha sentido la necesidad de comprender el
mundo que lo rodea, hasta dónde se extiende y cuál es su papel dentro del universo.
Comenzó a emerger de las tinieblas de la irracionalidad hacia la luz del pensamiento y
la conciencia, guiado por el afán incesante de encontrar respuestas a los problemas que
se le planteaban.
Los mitos suponen un despegue hacia lo conceptual: la representación de los orígenes,
las "transmutaciones" del mundo y de la sociedad mediante narraciones de carácter
sagrado. Expresan dramáticamente las ideologías. Mantienen la conciencia de los
valores, ideales y vínculos que se suceden de generación en generación. Avalan y
justifican reglas y prácticas tradicionales y se resignifican.
En ellos está implícita la moral, lo cosmogónico (creación del mundo), lo teogónico
(origen de los Dioses), antropogónico (origen del hombre), lo etnogónico (organización
política, social y económica) y lo escatológico (vida ultraterrena y fin del mundo).
Creta, cuna de mitos
Si bien los orígenes de la civilización griega son multiétnicos y multigeográficos (pues,
los primeros pobladores fueron, por un lado indoeuropeos, y por el otro, de raza
1
semítica) se cree que gran parte de la mitología griega tuvo origen fundamentalmente en
la isla de Creta. A partir de aquí podemos marcar la diferencia con los mitos originarios
de los indoeuropeos. Recordemos que Creta era un importante bastión comercial. Allí
convergían habitantes de Asia Menor, Egipto, norte de Grecia, del Indostán y regiones
aledañas. Los cretenses tenían divinidades terrestres y agrícolas, mientras que los
indoeuropeos (de origen aqueo) contaban con divinidades celestiales y pastoriles.
La cultura cretense es también llamada minoica, en alusión a su Rey, Minos.
A partir del 3000 a.C. empezaron a llegar los primeros pobladores a Creta. Estos
provenían de Asia Menor, y al llegar a la isla crearon la civilización cretense.
Estos hombres practicaban el culto del toro (animal sagrado) que representaba lo
masculino, como el caballo representaba lo femenino. Así surge la leyenda del
Minotauro, un ser con cuerpo de hombre y cabeza de toro.
Ovidio y el genio latino
Bien cierto es que el genio latino no tendía hacia la actividad literaria. Es casi imposible
que Roma haya tenido una literatura original y espontánea.
El pueblo romano fue creado y formado para el poder de mando, las conquistas políticas
y militares. No obstante, la influencia griega dulcificó el temperamento de los romanos,
amplió su inteligencia, afinó su gusto, agilizó su imaginación, lo sensibilizó frente al
valor estético de las cosas, en suma, le reveló que existe algo más que lo útil y lo justo.
Quien primero plasmó literariamente la leyenda del Minotauro fue el poeta latino Pubio
Ovidio Nasón. Nació en 43 a.C. y murió en el 17 d.C. (a los 60 años). Formado en las
leyes y la retórica en Roma, completó su educación en Atenas. Viajó por Asia y Sicilia.
Tenía fama de ser bastante mujeriego, y llevó una vida bastante azarosa.
Ovidio perteneció al período de Augusto emperador, época de oro de la literatura latina,
y está considerado como el primer poeta erótico de occidente.
Augusto se manifestó en reiteradas ocasiones como "protector natural" y "amigo" de los
escritores, pero por intereses políticos y sociales. Sin embargo, efímera fue la amistad
que intentó cultivar con Ovidio. El emperador desterró al poeta hacia la ciudad que se
llamaba Tomir, a orillas del Mar Negro. Esta severa medida fue tomada debido al
contenido de una de sus obras: "El arte de amar", que contrariaba la campaña y la
educación moral que Augusto pretendía instaurar en el Imperio. Ovidio se refiere a la
leyenda del Minotauro en su obra "La Metamorfosis". Consta de 246 fábulas: 15 libros
divididos en mitos y escritos en 12.000 versos hexómenos. En esta obra hay una
verdadera penetración psicológica en el tratamiento de los personajes. Ovidio retrata la
figura del Minotauro como un ser sanguinario y descarnado, causante de todo tipo de
tragedias y desgracias.
A continuación conoceremos la leyenda, tal como la relatara el poeta latino.
El Minotauro: La leyenda.
2
En Creta reinaba el poderoso Rey Minos. Su capital era célebre en el mundo por el
laberinto, lleno de intrincados corredores, de los cuales era casi imposible encontrar la
salida. En el interior vivía el terrible Minotauro, un monstruo con cabeza de toro y
cuerpo de hombre, fruto de los amores de Pasifae, la esposa de Minos, con un toro que
Poseidón, dios de los mares, hizo surgir de las aguas. En cada novilunio había que
sacrificar un hombre al Minotauro, pues cuando el monstruo no satisfacía su apetito, se
precipitaba fuera para sembrar la muerte y desolación de los habitantes de la comarca.
Un día, el Rey Minos recibió una trágica noticia: su hijo acababa de morir asesinado en
Atenas. Minos clamó venganza, reunió a su ejercito y lo envió a Atenas para iniciar el
ataque. Atenas, al no estar preparada, no pudo ofrecer resistencia y solicitó la paz.
Minos, con severidad dijo: "Os ofrezco la paz, pero con una condición: cada nueve
años, Atenas enviará siete muchachos y siete doncellas a Creta para que paguen con su
vida la muerte de mi hijo". Aquellos jóvenes serían arrojados al Minotauro para que los
devorara. Los atenienses no tuvieron más remedio que aceptar aunque con una única
reserva: que si uno de los jóvenes conseguía matar al Minotauro y salir del laberinto
(cosa poco menos que imposible) no sólo salvaría su vida, sino también la de sus
compañeros, y Atenas sería eximida de dicha condena.
Dos veces pagaron los atenienses el trágico tributo. Se acercaban ya el día en que por
tercera vez la nave de velas negras, signo de luto, iba a surcar la mar. Entones, Teseo,
hijo único del rey de Atenas, Egeo, ofreció su vida por la salvación de la ciudad. El Rey
y su hijo convinieron en que si a Teseo le favorecía la suerte, el navío que los volviera
al país enarbolaría velas blancas.
La prisión en Creta, donde Teseo y los otros jóvenes fueron alojados como prisioneros
lindaba con el parque por donde las hijas del Rey Minos, Ariadna y Fedra, solían
pasear. Un día el carcelero avisó a Teseo que alguien quería hablarle. Al salir, el joven
se encontró con Ariadna, quien subyugada por la belleza y la valentía del joven decidió
ayudarle a matar al Minotauro a escondidas de su padre. "Toma este ovillo de hilo y
cuando entres en el Laberinto ata el extremo del hilo a la entrada y ve deshaciendo el
ovillo poco a poco. Así tendrás una guía que te permitirá encontrar la salida". Le dio
también una espada mágica.
A la mañana siguiente, el príncipe fue conducido al Laberinto, tomó el ovillo, ató el
extremo del hilo al muro y fue desenrollándolo, a medida que avanzaba por los
corredores. Tras mucho caminar, penetró en una gran sala y se encontró frente al
temible Minotauro, que bramaba de furor se lanzó contra el joven. El Minotauro era tan
espantoso, que Teseo estuvo a punto de desfallecer, pero consiguió vencerle con la
espada mágica. Le bastó luego seguir el hilo de Ariadna en sentido inverso y pronto
pudo atravesar la puerta de salida.
Teseo salvó su vida, la de sus compañeros y liberó a su ciudad de tan horrible condena.
Dispuestos ya a reembarcar, Teseo llevó a bordo en secreto a Ariadna y también a
Fedra, quien no quiso abandonar a su hermana mayor. Durante el viaje y tras una feroz
tormenta tuvieron que refugiarse en la isla de Naxos. Vuelta la calma, emprendieron el
retorno. Pero Ariadna no aparecía, la buscaron, la llamaron, pero fue en vano.
Finalmente abandonaron la su búsqueda y se hicieron a la mar. Habían zarpado cuando
Ariadna despertó en el bosque, después de caer extenuada por el cansancio. De pronto,
y rodeada por monumental ceremonia se le apareció el joven más bello que nunca antes
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haya visto. Era Dionisios, dios del vino, quien le ofreció casamiento y hacerla inmortal.
La joven aceptó y después de un viaje triunfal por la Tierra, el dios la llevó a su morada
eterna.
En tanto, en Atenas cundía la tristeza. El anciano Rey iba todos los días a la orilla del
mar, esperando ver a su hijo retornar. Al fin, el barco apareció en el horizonte. Pero
traía las velas negras y el anciano desesperó. Es que Teseo, abatido por la desaparición
de Ariadna había olvidado izar las velas blancas, signo de su victoria. Loco de dolor, el
rey Egeo se arrojó al mar que desde entonces lleva su nombre. Pasó el tiempo y los
atenienses reunidos en asamblea ofrecieron la corona a Teseo, quien se casó luego con
Fedra y reinó por largos años.
Borges o el "otro" Asterión
De forma paradigmática podemos ver cómo un mito encuentra resignificación, gracias
al genio de determinados autores. En este caso, el primero fue Ovidio. Pero tuvieron que
pasar siglos para recuperar esta leyenda, bajo la mirada fantástica de quien para muchos
fuera, más que un escritor, un profeta de su tiempo: Jorge Luis Borges. Alquimista de
las letras, capaz de convertir una historia macabra en un testimonio cargado de lirismo y
humanidad.
Jorge Luis Borges nació en Buenos Aires el 24 de agosto de 1899 y falleció en Ginebra
el 14 de junio de 1986.
Fue sin dudas uno de los mayores exponentes de la literatura fantástica. Proclive a las
más insólitas paradojas, discurrió entre la realidad y la metafísica, entre los símbolos,
las ideas y sus propias obsesiones.
Sus obras cuentan con verdaderos contenidos temáticos: los laberintos, los espejos, los
sueños, el doble, su fervor por Buenos Aires, el infinito y el tiempo cíclico; esto es la
"teoría del eterno retorno". Su labor de poeta, se nutre también de ideas extraídas de la
filosofía, la teología, literaturas orientales, el panteísmo, etc.
La mezcla de personajes reales e inventados le permitieron fusionar el plano de la
realidad con el plano de la ficción.
La casa de Asterion
Asterión o Asterio era el nombre del Minotauro. Este cuento pertenece a la obra "El
Aleph" y está precedido por un epígrafe.
En Borges, los mitos se expresan en forma simbólica, hermética y contienen profundas
verdades respecto del comportamiento humano y de la naturaleza del hombre.
Utilizó la técnica del "fluir de la conciencia". Por eso, la obra es todo un monólogo. Hay
abundantes simbolismos; el "otro Asterión", el laberinto, las catorce puertas, etc.
A diferencia de la obra de Ovidio, Asterión carece de conciencia entre el bien y el mal.
Borges pone excepcionalmente en la mente de Asterión su forma de pensar. El laberinto
4
es, ni más ni menos que la representación de la mente (para liberarse de la mente, se
espera la muerte, lo que equivale a escapar del laberinto).
Asterión se atemoriza del mundo exterior, un mundo aparente el cual le produce un
profundo sentimiento de indefensión. Pero, contradictoriamente le pesa la soledad, la
exclusión del mundo. Asterión juega como un niño. No tiene conciencia de su edad
cronológica ni de su aterradora fisonomía; pues en definitiva, en la esencia de su
espíritu es igual a cualquier otro mortal.
Juega a ser el "otro Asterión" para evadirse de su realidad. La casa, o el laberinto es "su"
mundo. Su mundo interior, su cárcel del alma, donde al menos cuenta con algunas
certezas.
La llegada de los nueve hombres cada nueve años es interpretada como la posibilidad
que él tiene de liberarlos de todo mal.
Tanta soledad sólo puede ser sostenida por Asterión mediante la fe. Esto es, la
esperanza segura de que algún día llegará su redentor, quien se levantará sobre el polvo
y lo llevará a "un lugar con menos galerías y menos puertas". Tal vez por eso, concluye
Borges, en boca de Teseo, la siguiente reflexión:
- ¿Lo creerás, Ariadna? - dijo Teseo - el Minotauro apenas se defendió.
Los mitos griegos en la terminología científica
Huellas de la mitología griega en la terminología científica
LA MITOLOGÍA HA DEJADO SUS HUELLAS EN LA TERMINOLOGÍA DE LA CIENCIA MODERNA.
MUCHOS TÉRMINOS SE HAN ELEGIDO PORQUE GUARDAN UNA ESTRECHA RELACIÓN
CON EL OBJETO O EL FENÓMENO CIENTÍFICO AL QUE HACEN REFERENCIA. A CONTINUACIÓN,
PODRÁS CONOCER ALGUNOS DE ELLOS.
CON EL AGUA HASTA EL CUELLO 1
La influencia de la mitología griega en el campo de las ciencias químicas es
muy amplia, incluyendo un buen número de elementos, sustancias y procesos
químicos. En el siguiente texto encontrarán la explicación de por qué el tantalio
se llama así.
¿Quién era Tántalo?
Tántalo era un hijo mortal de Zeus y gran favorito de su padre y de los restantes
dioses: tanto, que se le permitía asistir a los banquetes del dios y comer
ambrosía y beber néctar, que eran los manjares que solamente podían consumir
los dioses.
Tántalo se sintió tan envanecido con la amistad de los dioses que actuó como
si el alimento y la bebida le perteneciesen, y fue así como llevó un poco de
ellos a la Tierra para convidar a sus amigos, haciendo alarde de ello.
Esto provocó la cólera de su padre, Zeus, que le dio muerte y lo condenó a
permanecer en el Tártaro, sometido a una tortura muy especial relacionada con
alimentos y bebida. Lo obligó a estar eternamente con agua hasta el cuello. Cada
vez que se inclinaba hacia adelante para beber agua, ésta bajaba de nivel, pero
si él volvía a enderezarse, el agua subía de nuevo hasta el cuello. Al mismo
tiempo, pendían frutos deliciosos sobre su cabeza, pero cuando él intentaba conseguirlos,
el viento los apartaba. De este modo, ante la constante presencia de
alimentos y bebida, tuvo que sufrir hambre y sed eternos.
¿Por qué el tantalio se llama así?
En 1802, un químico sueco de nombre Anders Gustaf Ekeberg descubrió un
nuevo metal. Los ácidos más fuertes no lo atacaban. Podía soportar un ácido
fuerte sin beberlo, es decir, sin reaccionar con él y sin absorberlo. Por ello, en
1814, el químico sueco Jöns Jacob Berzelio concluyó que se parecía a Tántalo,
sumergido en agua, pero sin poder beberla. En consecuencia, le dio el nombre de
tantalio al nuevo elemento, que es como lo conocemos en la actualidad.
-UN TEJIDO SUTIL Y DELICADO 2
También en la zoología podemos encontrar muchas huellas de la mitología
griega.-------------------------------------------------------------------------
Los juegos olìmpicos.
LOS JUEGOS OLÍMPICOS ANTIGUOS COMENZARON EN EL AÑO 776 ANTES DE CRISTO
EN OLIMPIA, GRECIA ANTIGUA, Y SE CELEBRARON DURANTE 1.200 AÑOS. EN TOTAL,
HASTA SU PROHIBICIÓN FUERON 293 OLIMPIADAS. ALCANZAR LA VICTORIA EN LOS
JUEGOS OLÍMPICOS ERA UN HECHO MUY VALIOSO Y CODICIADO.
Los Juegos Olímpicos se realizaban cada cuatro años en honor
de Zeus. Solamente podían competir los hombres que hablaban
la lengua griega y los que tenían una conducta intachable. Los
participantes debían llegar con 30 días de anticipación a la ciudad
de Elis para entrenarse. Allí eran supervisados y se sometían
al régimen de disciplina olímpica. Los jueces locales seleccionaban
a los atletas participantes y tenían la autoridad para
permitirles jugar o descalificarlos, también controlaban que los
atletas durmieran en un suelo duro y que cumplieran una dieta
frugal durante el mes que duraba el entrenamiento.
El estadio olímpico tenía aproximadamente capacidad
para 50.000 espectadores. Los juegos comprendían competencias que se dividían
en diez pruebas diferentes. Carreras variadas como el stadion, de 185 metros; el
diaulos en el que se corría el doble de distancia y el dólico, que consistía en recorrer
un kilómetro y medio. Se realizaban también lanzamientos de disco y de
jabalina, salto en largo, lucha libre y el pancracio, que era una pelea en la que
valía todo menos morder al adversario.
La combinación de cinco pruebas –stadion, salto, disco,
jabalina y lucha– se denominaba el pentatlón. También se
realizaban las carreras de cuadrigas, donde ganaba el primer
caballo que cruzaba la meta, sin importar si en el camino había
perdido al conductor del carro.
En la jornada inaugural se realizaba un desfile de participantes
e innumerables festejos. En el segundo día, comenzaban
las pruebas atléticas con las carreras de velocidad,
lucha y pugilato para los más jóvenes. El tercero, lo dedicaban
a las carreras en el hipódromo, y en horas de la tarde se
realizaba el pentatlón, en el que el atleta ganador era considerado
un verdadero rey. La cuarta fecha era denominada el
plenilunio y se consagraba a los dioses. En el quinto, comenzaban
sus actividades los adultos con las pruebas de atletismo,
lucha, pancracio y pugilato. Finalmente, la clausura tenía
lugar en la siguiente mañana con la reunión de los triunfadores
frente al templo del dios Zeus. En su interior los jueces exhortaban
a los atletas a marchar a pie hasta el trono. Allí, como
símbolo del triunfo, se colocaba a los campeones una corona
de ramas de olivo salvaje. Por la noche, los jueces y ganadores
volvían a reunirse para un banquete.
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Las mujeres y los Juegos
La presencia de las mujeres fue prohibida en Olimpia porque la ciudad fue dedicada a Zeus y era un lugar sagrado para los varones. En la Antigüedad no se permitía que las mujeres participaran en los Juegos
Olímpicos ni siquiera como espectadoras. Si alguna mujer era sorprendida, se la sentenciaba a morir. La única que podía permanecer en Olimpia durante los Juegos era la sacerdotisa de la diosa Deméter.
Sin embargo, las mujeres participaban en juegos exclusivamente femeninos que se realizaban en honor de la diosa Hera. En las competiciones de los carruajes, celebradas fuera del área sagrada de la ciudad, la presencia de las mujeres fue permitida.
Los mitos
Los mitos en el lenguaje cotidiano
EN NUESTRA CULTURA, LOS MITOS SE PRESERVAN EN EXPRESIONES QUE SUELEN USARSE
COTIDIANAMENTE. HABRÁN ESCUCHADO DECIR QUE ALGUIEN “TIENE LA FUERZA DE
HÉRCULES”; O EXPLICAR QUE SE HA DESCUBIERTO LA DEBILIDAD DE UNA PERSONA EXPRESANDO
“ENCONTRÉ SU TALÓN DE AQUILES”.
El hilo de Ariadna
La expresión "el hilo de Ariadna" se emplea para designar el camino a seguir para
resolver un problema complicado. Ariadna era una princesa que ayudó al héroe
Teseo, por medio de un hilo, a salir del laberinto después que mató al Minotauro.
Existe un cohete espacial europeo cuyo nombre es "Ariadna": lo llamaron de
este modo por “laberinto de problemas” que debieron resolver para realizarlo.
Parece una esfinge
La esfinge era un monstruo con rostro de mujer, cuerpo de león y
provisto de alas. Proponía enigmas a los que pasaban cerca de su morada
y devoraba a los que no los acertaban. Actualmente se dice que
alguien parece una "esfinge" cuando adopta una actitud enigmática.
Existe una mariposa llamada "la esfinge de la calavera".
Ser el rey Midas
La expresión "ser el rey Midas" se aplica a la persona que genera riqueza en cualquier
empresa. Midas era un rey de Frigia al que se le concedió el don de convertir
en oro todo lo que tocase.
Estar en los brazos de Morfeo
Se dice que alguien "está en los brazos de Morfeo" cuando duerme.
Morfeo era el dios del sueño.
La palabra “morfina”, principal alcaloide del opio, procede del
nombre de este dios. En medicina, también se utiliza el término "morfeico"
para ciertas manifestaciones del cerebro durante el sueño.
Ser un Titán
Urano, el cielo, y Gea, la tierra, tuvieron seis hijos: los Titanes.
Hoy, se llama titán a una persona que se muestra excepcional
en algún aspecto.
También se denomina de esta forma a una gigantesca grúa
que levanta descomunales pesos.
De la palabra "titán" deriva el "titanio", metal blanco, muy
duro y de gran resistencia a la corrosión.
Se le llamó "Titanic" al trasatlántico más grande y lujoso
construido hasta la fecha, que como todos sabemos se hundió en
su primera travesía.
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Otras expresiones de origen mitológico La caja de Pandora. Es un cancerbero. Parece un Adonis.
Lo flechó Cupido. Renació como el ave Fénix. Fue una odisea.
Cìclopes
Los Cíclopes se representan como gigantes con un ojo en la frente. Se caracterizan
por su fuerza y su habilidad manual. Eran tres: Brontes, Estéropes y Arges,
y sus nombres recuerdan los del Trueno, el Relámpago y el Rayo. Habían
sido encadenados, pero Zeus, advertido por un oráculo que necesitaba
de ellos para conseguir la victoria frente a los Titanes, los liberó.
Ellos le dieron el trueno, el relámpago y el rayo; a Hades le entregaron
el casco que lo hacía invisible y a Poseidón, un tridente. Así
armados, los Olímpicos vencieron a los Titanes a quienes precipitaron
al Tártaro.
Más tarde, los Cíclopes pasan a ser considerados personajes
secundarios, forjadores de las armas de los dioses. Habitan
en las islas Eolias o en Sicilia, donde poseen una forja subterránea
y trabajan haciendo mucho ruido. El resoplido de sus fuelles
y el estruendo de sus yunques se escuchan retumbar en el
fondo de los volcanes.
Ya en la Odisea son representados como seres salvajes y
gigantescos. Vivían en cavernas y eran pastores. El
cíclope que aparece en ese poema es Polifemo.
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Las ninfas:
Los griegos dieron este nombre al conjunto de las divinidades femeninas de la
naturaleza que poblaban los mares, los ríos, los bosques, los campos, las rocas,
las montañas, los árboles.
Eran jóvenes de largas cabelleras que poseían una belleza sin igual, muchos
dioses y mortales las deseaban. Se las consideraba hijas de Zeus y del Cielo.
No eran seres inmortales pero podían vivir muchos miles de años conservando
la juventud. Se las encontraba hilando y cantando sobre los árboles o en
las fuentes.
Los griegos clasificaban a las ninfas de acuerdo con el lugar en donde habitaban.
Las más conocidas son las nereidas y las náyades, ninfas de las aguas, y
las dríades y las hamadríades que vivían en la vegetación de los bosques.
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Eco era una ninfa enamorada de Narciso, bello joven que sólo disfrutaba al mirar su
propia imagen en el espejo de las aguas. Fue condenada a repetir por siempre las últimas sílabas de lo que otros dicen. Dafne también era una ninfa; para protegerse de la persecución de Apolo pide ayuda a su padre, que la transforma en laurel.
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Centauro:
Los centauros son animales monstruosos, mitad hombres, mitad caballos desde
la parte posterior del torso. Tenían cuatro patas y dos brazos humanos. Vivían en
el monte y en los bosques; se alimentaban de carne cruda y sus costumbres eran
muy brutales.
Existen dos centauros, Quirón y Folo, que son hospitalarios, quieren a los
humanos y no recurren a la violencia.
Quirón es el más célebre, sabio y juicioso de los centauros. Se cuenta que
fue el educador de Aquiles. Sabía tocar la lira, era un experto cazador y un hábil
curandero. Su enseñanza se basaba en la música, el arte de la guerra, el de la caza,
la moral y la medicina. Se cuenta que Quirón fue un buen médico. Cuando a
Aquiles, que todavía era un niño, su madre le quemó el tobillo como consecuencia
de las operaciones de magia que había efectuado sobre él, Quirón cambió el
hueso dañado por otro que sacó del esqueleto de un gigante.
Minotauro.
El minotauro es un monstruo que
tiene cabeza de hombre y cuerpo
de toro. Su nombre verdadero es
Asterión.
El rey Minos
mandó
construir, para
encerrarlo, un inmenso
palacio, que
en realidad era un laberinto,
formado por una
maraña de pasillos y salones.
Nadie, excepto su
constructor, Dédalo,
era capaz de encontrar
la salida.
Cada año,
Minos le enviaba
siete jóvenes y siete doncellas,
que la ciudad de Atenas le pagaba
como tributo. Cierta vez, Teseo integró
voluntariamente el número de estos jóvenes
y logró vencer al monstruo y salir del
laberinto.
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Teseo es el héroe vencedor
del Minotauro; difícilmente
hubiera podido salir
del Laberinto, morada del monstruo,
sin la ayuda de Ariadna, que le
ofrece un ovillo. En las páginas 20,
21 y 22 podés leer el mito de Teseo
y Ariadna.
Caronte
Caronte es un habitante del mundo infernal. Su misión consiste en pasar a las
almas a través de los pantanos del Aqueronte, el río que deben atravesar las almas
para llegar al mundo de los muertos; una vez en la orilla debían entregarle
una moneda como pago.
Se lo representa como un viejo muy feo, de barba gris y enmarañada, vestido
con harapos y con un sombrero redondo. Caronte conduce la barca que lleva
a los muertos, pero no rema, de eso se encargan las mismas almas.
Las Gorgonas
Gorgona:
Existían tres Gorgonas: Esteno, Euríale y Medusa. Las dos primeras eran inmortales
y sólo la última era mortal. Estos tres monstruos habitaban cerca del reino
de los muertos.
Sus cabezas estaban rodeadas de serpientes, tenían grandes colmillos, semejantes
a los del jabalí, manos de bronce y alas de oro que les permitían volar.
Sus ojos echaban chispas, y su mirada era tan penetrante que el que quedaba
atrapado en ella se convertía en piedra.
Eran temidas tanto por los dioses como por los hombres. El único que no temió
unirse con Medusa fue Poseidón. Perseo logró descubrir la guarida de Medusa
y darle muerte mientras dormía. De su cuello cercenado salieron dos seres: Pegaso,
el caballo alado, y Crisaor.
-------------------------------------------------------
Sirenas:
Las sirenas son genios marinos, mitad mujer, mitad ave. Según la leyenda más
antigua, las sirenas habitaban una isla del Mediterráneo y con su canto dulcísimo
atraían a los navegantes que pasaban por esos lugares. Cuando los barcos se
acercaban a las costas rocosas, zozobraban, y las sirenas devoraban a los imprudentes
navegantes.
Desde la Antigüedad, los estudiosos –mitógrafos– han especulado sobre el
origen y la doble forma de las sirenas. Ovidio dice que no siempre han tenido alas
de ave. Antes eran muchachas comunes, compañeras de Perséfone, pero, cuando
ella fue raptada por Plutón, pidieron a los dioses que les diesen alas para poder
ir a buscarla tanto por el mar como por la tierra. Otros autores aseguran que
esta transformación fue un castigo de Deméter, la madre de Perséfone, porque
no habían impedido el rapto de su hija.
En el siglo VI ya se habla de una mujer con cola de pez.
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El cuento “La sirenita” del escritor danés Hans Christian Andersen retoma este mítico personaje y algunas de
sus características.
Existían tres Gorgonas: Esteno, Euríale y Medusa. Las dos primeras eran inmortales
y sólo la última era mortal. Estos tres monstruos habitaban cerca del reino
de los muertos.
Sus cabezas estaban rodeadas de serpientes, tenían grandes colmillos, semejantes
a los del jabalí, manos de bronce y alas de oro que les permitían volar.
Sus ojos echaban chispas, y su mirada era tan penetrante que el que quedaba
atrapado en ella se convertía en piedra.
Eran temidas tanto por los dioses como por los hombres. El único que no temió
unirse con Medusa fue Poseidón. Perseo logró descubrir la guarida de Medusa
y darle muerte mientras dormía. De su cuello cercenado salieron dos seres: Pegaso,
el caballo alado, y Crisaor.
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Sirenas:
Las sirenas son genios marinos, mitad mujer, mitad ave. Según la leyenda más
antigua, las sirenas habitaban una isla del Mediterráneo y con su canto dulcísimo
atraían a los navegantes que pasaban por esos lugares. Cuando los barcos se
acercaban a las costas rocosas, zozobraban, y las sirenas devoraban a los imprudentes
navegantes.
Desde la Antigüedad, los estudiosos –mitógrafos– han especulado sobre el
origen y la doble forma de las sirenas. Ovidio dice que no siempre han tenido alas
de ave. Antes eran muchachas comunes, compañeras de Perséfone, pero, cuando
ella fue raptada por Plutón, pidieron a los dioses que les diesen alas para poder
ir a buscarla tanto por el mar como por la tierra. Otros autores aseguran que
esta transformación fue un castigo de Deméter, la madre de Perséfone, porque
no habían impedido el rapto de su hija.
En el siglo VI ya se habla de una mujer con cola de pez.
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El cuento “La sirenita” del escritor danés Hans Christian Andersen retoma este mítico personaje y algunas de
sus características.
Extrañas criaturas de la mitología.
LA MITOLOGÍA GRIEGA ESTÁ POBLADA DE CRIATURAS, ALGUNAS SON MONSTRUOS Y OTRAS SERES EXTRAORDINARIOS.
Cerbero.
Cerbero es el perro que guarda el Hades, el mundo de los muertos. Vive encadenado
a sus puertas y atemoriza a las almas cuando entran. Impide la entrada de
los vivos, pero sobre todo no permite la salida de los muertos.
Se lo representa frecuentemente con tres cabezas de perro, una cola formada
por una serpiente y en el dorso, erguidas, muchas cabezas de serpiente.
Uno de los trabajos de Hércules fue someterlo sin armas. Cuando Orfeo
traspasó las puertas del Infierno en busca de su esposa Eurídice, lo encantó con
su música.
La palabra cancerbero que figuradamente
significa guardián, vigilante
muy severo, tiene su origen
en este personaje.
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Orfeo y Eurídice corresponden a otro de los mitos infernales:
Orfeo desciende a la tierra de los muertos para
rescatar a su amada Eurídice. No va solo, lleva consigo
su lira para encantar a través de la música a las horrorosas
criaturas del Hades. Este mito narra una maravillosa historia
de amor, una de las más famosas de la mitología.
Teseo, héroe entre los héroes.
Egeo, rey de Atenas, supo por boca del oráculo que no debía casarse lejos de su
tierra... La unión del rey con una extranjera, afirmó el oráculo, traería grandes
desgracias a Atenas y al pueblo ateniense.
Sin embargo, el joven rey se enamoró de Etra, la hija menor del rey de Trecén
y se unió a ella sin pensar en las amenazantes predicciones.
Un día, cuando ya estaba a punto de nacer el hijo de Egeo y Etra, Egeo
supo que debía regresar a Atenas. Llevó a su esposa a las afueras de Trecén,
se detuvo junto a una inmensa roca y así habló:
—Esposa mía, bajo esta roca ocultaré mis sandalias y mi espada.
Si el niño que está por nacer es varón, tráelo a este lugar cuando
sea un joven y ordénale que las desentierre. Cuando lo vea vistiendo
mis prendas, sabré que es mi hijo y lo haré heredero de mi
reino, Atenas, al que debo regresar ahora.
Poco tiempo después nació Teseo; se crió en el palacio de su
abuelo sin conocer a su padre y, desde muy pequeño, recibió la
especial protección de Poseidón, dios del mundo de los mares.
Teseo se destacó como un niño fuerte y valiente. Su abuelo, el
rey de Trecén, le enseñó a conocer las estrellas, a lanzar la jabalina
y a empuñar la espada.
Un día, cuando Teseo tenía siete años, Hércules llegó de visita al palacio;
al entrar, dejó sobre uno de los bancos del jardín la piel del león de
Nemea con la que siempre se cubría desde que había derrotado al temible león.
Los niños vieron la figura de la bestia recostada sobre el banco y huyeron despavoridos
gritando: “¡Un león, un león!“
Teseo, sin embargo, corrió hacia la cocina, tomó de allí un cuchillo y volvió
con él al jardín dispuesto a vencer a la fiera. Hércules quedó admirado de la valentía
del niño y aseguró que el nombre de Teseo se recordaría por siempre entre
los nombres de los héroes.
Cuando Teseo cumplió dieciséis años, Etra, su madre, lo llevó hacia las
afueras de Trecén y mostrándole la inmensa roca le dijo:
—Hijo mío, debajo de esa roca encontrarás las sandalias y la espada de tu
padre que no es otro que Egeo, el rey de Atenas. Recupera esas prendas y preséntate
ante Egeo que reconocerá en ti a su hijo.
Con un enorme esfuerzo Teseo corrió la roca. Allí estaban las sandalias y la
espada de su padre. Se las calzó, dio un fuerte abrazo a su madre y, sin dejarse
ganar por la tristeza de la separación, emprendió la marcha.
Teseo se dirigió a Atenas por el camino de tierra, plagado de peligros; deseaba
demostrar su valentía e imitar a Hércules, a quien mucho admiraba. No le
faltaron ocasiones.
El primero en probar el filo de su espada fue Escirón, un poderoso salteador
de caminos. Lo siguió el gigante Sinis, a quien llamaban el “doblador de pinos”
pues solía aplastar a sus enemigos entre dos inmensos pinos a los que unía
entre sí con el solo movimiento de uno de sus brazos.
En el palacio se celebraba un gran banquete el día en que llegó Teseo. Su
padre, el rey Egeo, ocupaba el lugar principal.
El joven no había revelado a nadie su nombre; al llegar ante la mesa desenvainó
su espada. Tuvo que apartar de sí a quienes querían echarlo fuera antes
de lograr cortar con la punta del arma una pata del cordero que Egeo tenía
ante sus ojos, en una fuente de plata. El rey reconoció la espada, miró los pies
del desconocido y supo que el apuesto joven era su propio hijo. Levantándose lo
abrazó una y otra vez, y lo proclamó su heredero.
Desde entonces, Teseo luchó para fortalecer en Atenas la autoridad de su
padre.
Atenas padecía por entonces una gran penuria anunciada ya por el oráculo.
Minos, el rey de Creta, había vencido a los atenienses en una guerra y les había
impuesto un terrible castigo. Cada año, los atenienses debían enviar a siete
jóvenes y siete doncellas para que fueran devorados en Creta por el Minotauro.
El Minotauro era un ser monstruoso, con cuerpo de hombre y cabeza de toro;
emitía por su boca extraños ruidos no articulados, mezcla de bufido y ronquido,
en los que se adivinaba un soplo humano de tristeza. Se alimentaba con carne
humana. Vivía encerrado en el Laberinto, complicada construcción en la que
era fácil entrar pero imposible salir.
Cuando Teseo supo de la desgracia que hería al pueblo de su padre, decidió
viajar él mismo a Creta para luchar contra el Minotauro y librar del mal a
Atenas.
—Teseo, hijo bienamado –dijo Egeo– que los dioses te protejan. La nave que
te conduce lleva velas negras. Cuando regreses vencedor del Minotauro, cámbialas
por velas blancas. De ese modo, a la distancia, conoceré la noticia de tu victoria.
Teseo prometió a su padre que cambiaría las velas como señal de su triunfo
y zarpó, junto a los otros jóvenes, rumbo a Creta.
El rey Minos recibió a los atenienses ataviado con bellas ropas blancas; deseaba
conocer al joven Teseo, de cuya valentía había oído hablar. Para impresionarlo,
le dijo de manera burlona mientras arrojaba al agua su anillo:
—Me han dicho, Teseo, que el dios Poseidón te favorece. Si es cierto, dile
que te ayude a recuperar este anillo.
Teseo le respondió:
—Demuestra tú primero que el mismo Zeus, padre de todos los dioses, te
tiene bajo su protección.
Zeus, que verdaderamente era protector de Minos, no se hizo esperar: arrojó
desde los cielos rayos y truenos que iluminaron el mar y levantaron en él olas
gigantescas que sacudieron sin cesar la nave ateniense.
Teseo se arrojó entonces al mar. Allí, Poseidón lo recibió con alegría. Estaba
sentado en un carro de oro tirado por bellas sirenas. Bastó una señal suya para
que un veloz pez plateado recuperara el anillo. Segundos después, Teseo emergió
de las aguas con el anillo en una de sus manos y frágiles estrellas de mar escabulléndose
entre los dedos de la otra.
Teseo y sus compañeros debieron aguardar al día siguiente para combatir
con el Minotauro.
Durante la noche, la joven Ariadna, hija del rey de Creta, apareció entre los
árboles. La belleza de Teseo, saliendo deslumbrante del mar aquella mañana, había
despertado un amor incontenible en su corazón.
—Valiente Teseo –le dijo– podrás vencer, sin duda, al poderoso Minotauro
con tu espada y tu valentía. Pero no saldrás jamás del Laberinto. Te entrego este
ovillo; es un ovillo mágico. Ata la punta del hilo a la puerta del laberinto y
conserva el ovillo en tu mano. El hilo se irá desenrollando cuando camines por
los corredores del Laberinto y, cuando desees volver, te bastará seguir el hilo para
hallar la salida.
A la hora señalada, Teseo entró en el Laberinto. En una mano llevaba la espada
de su padre y en la otra el ovillo de Ariadna.
Desde lejos escuchó los mugidos del Minotauro pero sólo se enfrentó con
él después de llegar al centro mismo del Laberinto. El combate duró largas horas.
La bestia arremetía contra el joven clavándole sus cuernos y empujándole
con fuerza sobrehumana. Teseo resistió sus embates. Cuando logró separarse del
monstruo, tomó fuerzas, se lanzó sobre su adversario con la espada en alto y le
atravesó el corazón. El Minotauro cayó muerto.
Teseo siguió el hilo de Ariadna para hallar el camino de regreso.
Ariadna y los jóvenes y las doncellas atenienses que se habían librado de
una terrible muerte abrazaron a Teseo en la puerta del Laberinto. Sigilosamente,
subieron a bordo de su nave y esa misma noche huyeron hacia Atenas. Ariadna
viajaba junto al joven héroe.
Al llegar a la isla de Naxos, sin embargo, algo interrumpió su dicha. Dionisio,
uno de los dioses del Olimpo, vio a la princesa y deseó inmediatamente casarse
con ella. La joven se despidió llorando de Teseo. El dios Dionisio bajó a la
isla con un carro maravilloso tirado por fantásticas panteras aladas y en él se llevó
a Ariadna hacia el Olimpo para convertirla en su esposa.
Los atenienses siguieron viaje sin dejar de festejar la victoria sobre el Minotauro.
La alegría hizo que Teseo olvidara la promesa que había hecho a su padre:
la nave avanzaba hacia Atenas con sus negras velas desplegadas al viento.
Desde lo alto de la ciudad, Egeo la divisó. Su corazón se estremeció de dolor al
pensar que su amado hijo había muerto en Creta. Sin poder soportar la pena,
Egeo se arrojó al mar, a ese mar que baña las costas de Grecia y que, desde entonces,
lleva su nombre.
Cuando Teseo desembarcó, supo la noticia de la muerte de su padre. En medio
de esta nueva tristeza, el joven héroe fue proclamado rey de Atenas. Teseo
fue un buen rey pero su reinado estuvo plagado de luchas y tragedias, como lo
había estado su nacimiento, marcado a la vez con el signo de la gloria y con la
sombra de la desgracia.
Héroes y superhéroes.
Superman, el Hombre Araña, Batman y otros héroes, que el cine
y los cómics nos han hecho conocer tan bien, comparten
algunas de las características de los héroes griegos. Mientras
que Ulises o Teseo tenían la protección de algún dios, estos
héroes tienen alguna cualidad especial que los distingue de los
humanos comunes: fuerza increíble, el poder de deslizarse por
los aires, de colgarse de las alturas y desafiar la gravedad…;
tienen, como bien saben los espectadores, sus superpoderes.
El superhéroe cinematográfico casi siempre vive
aventuras episódicas: concluye una, retorna a su vida ordinaria
y enfrenta otro obstáculo o peligro, diferente pero similar
al que enfrentó anteriormente. A diferencia de los
héroes, sus recorridos no pueden ser un símbolo de la vida del hombre. Los superhéroes
tienen experiencias que no les dejan huellas, se mantienen siempre jóvenes, iguales a sí
mismos; no pueden enamorarse, o si lo hacen no llegan a concretar su amor, porque de lo
contrario su vida se transformaría y no podrían seguir el recorrido idéntico de sus aventuras
de historieta.
Los superhéroes son una creación estadounidense; casi todo lo que logran depende de
su poderío personal, “salvan al mundo”, pero los villanos siempre reaparecen.
El cine y la televisión presentan las historias de los súperhéroes pero también se burlan
de ellas creando anti-superhéroes como el Súper Ratón o el Chapulín Colorado.
En la Argentina, existe un gran héroe con poderes sobrenaturales: Juan Salvo viaja
por la eternidad y por eso recibe un nombre singular: el
Eternauta. Junto a Elena, su mujer, y Martita, su hija, en su
casa de Vicente López, con sus amigos de siempre, junto a
su nuevo amigo, Germán, el historietista, o con aliados de
cada aventura, libra batallas contra los Ellos que han atacado
al mundo. La batalla de la Rotonda de Avenida General
Paz, la batalla de la Cancha de Ríver, la de de Barrancas de Belgrano,
la gran batalla de Plaza Italia…
El camino del hèroe.
Los héroes griegos, como muchos héroes de las historias más modernas, recorren
un camino propio –cada uno el suyo– que, sin embargo, según los estudiosos de
la literatura, guarda ciertas similitudes con el recorrido de los demás héroes.
Efectivamente, en todo relato puede descubrirse un momento inicial: el héroe
vive en un mundo más o menos habitual, con los miembros de su familia,
aprendiendo y experimentando como cualquier niño. Un día, sin embargo, siendo
todavía muy joven, al héroe se le presenta un desafío: tal vez su patria esté
en guerra, tal vez desee conocer a su padre que habita en un reino lejano… Lo
cierto es que la tranquilidad de la vida diaria empieza a transformarse. El héroe
abandona su mundo familiar, su niñez, su infancia, y se dirige hacia un mundo
nuevo, desconocido para él, a veces mágico. Allí encuentra amigos y enemigos,
descubre aliados y amenazas, y observa y descifra las nuevas reglas, las del espacio
al que acaba de arribar.
Un día, finalmente, por alguna razón, el héroe deberá salir a enfrentar la
prueba más grande, un obstáculo que parece invencible, tendrá que derrotar a
un monstruo, vencer a un enemigo poderoso. Es el
momento del viaje, y el héroe parte.
En el trayecto, se revelarán los verdaderos
aliados, que le aportarán ideas u objetos reales y
mágicos para derrotar al monstruo, y los verdaderos
enemigos, los que desean su muerte. El viaje,
lleno de temores por lo que va a ocurrir, así como
el enfrentamiento y la lucha con el enemigo, dejará
sus huellas en el joven héroe que partió de su
patria. Después de la lucha, cuando emprenda el
regreso al mundo cotidiano, ya no será el mismo:
si partió inexperto, volverá habiendo conocido el
amor y enfrentado a la muerte; si partió como un
príncipe valiente pero despreocupado, volverá para
ser rey y responsable de su pueblo; en fin, si
partió como un joven, volverá siendo un adulto. En
algunos casos, el héroe ni siquiera es reconocido
por su familia y su pueblo, pues tantos son los
cambios que ya no es el mismo que partió un día.
El camino del héroe, dicen algunos, es el camino
de la vida: el niño vive protegido en los cuidados
del mundo familiar hasta que empieza a alejarse de
él, poco a poco, al principio siendo aún bastante niño,
más adelante como un joven que comienza a
descubrir el mundo de los adultos. Los peligros, las
pruebas, las dificultades y los enfrentamientos son
inevitables. El joven siempre debe luchar contra algún
monstruo que está frente a él e incluso con alguna
fiera que está dentro de su corazón. Cuando el
joven derrota al monstruo, ya no es un joven: es un
hombre, fuerte y responsable de su propio destino.
Aquiles.
Aquiles es hijo del rey Peleo y la diosa Tetis. Como su padre,
Aquiles es mortal. Sin embargo, la madre trata de lograr para él
la inmortalidad sumergiéndolo en las aguas del río Estigia; consiguió
de ese modo hacer invulnerable todo su cuerpo, exceptuando
el talón por donde lo sujetaba.
En la guerra de Troya, Aquiles se distinguió como un luchador
infatigable. Pero, como todos los jóvenes, Aquiles se irritaba fácilmente.
Enojado con el rey Agamemnón, abandona la lucha aun
sabiendo que su ausencia del campo de batalla acarrearía grandes
pérdidas a los griegos. A partir de este momento los troyanos tomaron
la ofensiva y los griegos comenzaron a retroceder hacia el mar.
Aunque rehusó salir al combate, permitió a su amigo Patroclo
luchar con sus propias armas. Al día siguiente, el troyano Héctor
mató a Patroclo creyendo que era Aquiles, y lo despojó de su armadura.
Aquiles regresa entonces al combate para vengar la muerte de Patroclo, su
gran amigo desde la infancia. Obtuvo de su madre una nueva armadura forjada
en la fragua de Vulcano, y salió al campo de combate, donde mató a Héctor.
Desde ese momento, continuó luchando, derrotando una y otra vez a los troyanos
y a sus aliados.
Finalmente, Paris, hijo de Príamo, con la ayuda del dios Apolo, hirió a Aquiles
con una flecha en su único punto vulnerable, el
talón. Aquiles murió a causa de esa herida.
El valiente Aquiles simboliza el ímpetu
de la juventud y personifica el ideal de
la amistad.
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La Ilíada es el poema épico más
antiguo de la literatura europea. Se
cree que fue escrito por Homero en el siglo
VIII a. C. Consta de 15.690 versos.
Este poema narra la guerra entre aqueos y
troyanos. Relata un pasaje de 51 días, sucedido
durante el décimo año de la guerra de Troya, que
comienza con la retirada de Aquiles (Aquileo) a su
tienda. La muerte de su amigo Patroclo a manos
de Héctor, héroe troyano, hará que Aquiles vuelva
a la lucha para vengarlo.
Odiseo o Ulises.
Es el personaje principal de la Odisea. Su nombre latino es Ulises.
Homero nos relata el regreso de este héroe a Ítaca, una vez acabada la
guerra de Troya. Entre sus aventuras más famosas se encuentran: el enfrentamiento
con el cíclope Polifemo, la prisión en la isla de la maga Circe, la visita al
Hades y el episodio de las sirenas. Cuando logra llegar a su patria, se enfrenta y
vence a los pretendientes que aspiraban casarse con su esposa Penélope.
En la IIíada se describe a Odiseo
como uno de los mejores héroes,
famoso por su claridad de juicio, ingenio
y prudencia.
Simboliza el hombre equilibrado
y con dominio de sí mismo; tipo
ideal del navegante; modelo de padre
y esposo; símbolo de la lucha
contra la adversidad, que triunfa por
la firme fuerza de su voluntad.
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La Odisea es un poema que narra el regreso de Odiseo,
rey de Ítaca, a su patria, luego de la guerra de Troya. El
viaje dura diez años durante los cuales el héroe vive diversas
aventuras. Primero desembarca en la isla de los lotófagos
donde son devorados algunos miembros de la tripulación. Más
tarde, Odiseo ciega al cíclope Polifemo –hijo de Poseidón–. Este
hecho motiva la ira del dios del mar, quien lanza vientos que desvían
el curso de las naves, hasta hundirlas.
Atenea, junto con otros dioses, trata de ayudar a Odiseo sin
que Poseidón lo sepa. Cuando Poseidón lo descubre, hunde la nave,
pero Odiseo logra alcanzar la costa y salvarse. Finalmente, llega
a su patria, se enfrenta y vence a los pretendientes que aspiraban
a casarse con su esposa Penélope.
Los hèroes griegos.
HÉRCULES, ULISES Y AQUILES SON LOS HÉROES GRIEGOS MÁS FAMOSOS. EN LA MITOLOGÍA
GRIEGA, LOS HÉROES SE UBICAN ENTRE LOS DIOSES Y LOS HOMBRES; PARTICIPAN,
A LA VEZ, DE LA DIVINIDAD Y DE LOS CARACTERES HUMANOS. NACEN DE LA UNIÓN DE
UN HUMANO Y DE UN DIOS, DEL CUAL ADQUIEREN UNA CARACTERÍSTICA QUE LOS HACE
ESPECIALES. SE LOS CONSIDERA FUNDADORES DE LOS PUEBLOS, LOS ANCESTROS Y LAS
GRANDES FAMILIAS, POR LO QUE CADA CIUDAD DE LA GRECIA ANTIGUA TUVO SU HÉROE
PROTECTOR Y TODOPODEROSO. MUCHOS FUERON RECONOCIDOS POR SU BELLEZA EXTREMA
O POR SUS HAZAÑAS ÉPICAS,
Hèracles o Hercules.
Heracles, a quien los latinos llaman Hércules, es el héroe más célebre y popular
de toda la mitología clásica. Era hijo de Zeus y de Alcmena, una princesa tebana.
Heracles estuvo muy cerca de convertirse en un dios ya que Zeus intentó que
bebiera la leche de Hera, su esposa y madre de los dioses, mientras dormía, pero
Hera se despertó y la leche se derramó por el cielo donde al instante se formó
la Vía Láctea.
Hera, enojada por esta situación, envió dos serpientes enormes para que
mataran a Heracles, quien dormía en su cuna junto a su hermano gemelo. Pero
Heracles, dueño de una fuerza sin igual, tomó a las dos serpientes y las estranguló.
Heracles debió enfrentar siempre las consecuencias de los celos de Hera.
Luego de ser educado por los maestros más hábiles, se vio subordinado
al rey Euristeo y estuvo obligado a obeceder sus órdenes, dictadas por la diosa
Hera, que buscaba venganza. Fue así como tuvo que cumplir con doce trabajos
prodigiosos, entre ellos la lucha contra el león de Nemea, el combate
contra la hidra de Lerna, la cacería del jabalí de Erimanto, el descenso a los
Infiernos en busca del can Cerbero, la captura del toro que había engendrado
al Minotauro, la derrota de Gerión, el monstruo de tres cuerpos unidos por la
cintura.
Heracles se convirtió en el símbolo del hombre en lucha contra las fuerzas
de la naturaleza.
Afrodita.
Es la diosa del amor y de la belleza. Hay diferentes versiones acerca de su nacimiento.
Una de ellas cuenta que es hija de Zeus y de Dione; otra, que nació de
la espuma del mar. La hierba y las flores brotaban de la tierra donde ella pisaba.
Su ira le inspiraba actos malévolos. Por ejemplo, como las mujeres de Lemnos
no la honraban, las castigó impregnándolas de un olor detestable, lo que
provocó que sus maridos las abandonaran. Obtener sus favores también era peligroso
en algunos casos.
Sus animales favoritos eran las palomas. Su carro era tirado por estas aves.
Sus plantas, las rosas y el mirto.
Hades o Plutòn.
H
Hades aparece raras veces en los mitos,
excepto en el de Deméter, su hermana,
a cuya hija Perséfone raptó
para convertirla en reina de
los Infiernos.
Es hijo de Crono, dios del
tiempo. Después de la victoria de
los olímpicos sobre los titanes se
repartió el universo con sus hermanos,
Zeus y Poseidón.
A pesar de no ser un dios malévolo ni injusto era aborrecido por todos, incluso
por los mismos Inmortales. Como su nombre era de mal augurio, para nombrarlo
se recurría frecuentemente a diversos eufemismos, por ejemplo, Plutón (el
rico). Es el amo de las profundidades de la tierra; posee todas sus riquezas mineras
y rige también la fecundidad del suelo en sus aspectos agrícolas. Su atributo
principal es un casco, regalo de los cíclopes, que otorga invisibilidad a su portador;
de hecho, el significado etimológico de su nombre griego es "el invisible".
Otros dioses o héroes, como Atenea, Hermes o Perseo, utilizaron en ocasiones este
objeto mágico.
Atenea
El mismo Zeus relata que un día, sintiendo un terrible dolor de
cabeza, se había puesto a gritar desaforadamente. Entonces, Hefesto
corrió en su ayuda y le abrió el cráneo de un hachazo; de
esa manera nació Atenea, vestida con una armadura completa.
Atenea es considerada en el mundo
griego como la diosa de la sabiduría. Preside
las artes y la literatura. Protege a las hilanderas,
las tejedoras y las bordadoras.
Es una diosa guerrera, armada con una
lanza y la égida (especie de coraza de piel de
cabra). Protege a varios héroes en sus hazañas:
a Aquiles, a Heracles y a Ulises, entre otros. Sólo
iba a las batallas si era obligada, y cuando
luchaba, siempre ganaba.
Sus atributos eran la lanza,
el casco y la égida. En su escudo
fijó la cabeza de la
Gorgona que le había
dado Perseo. Su animal
favorito era la
lechuza y su
planta preferida,
el olivo.
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El mito de Aracne narra la historia de
una tejedora que produce las telas más
bellas que se hayan visto nunca. Pero la
joven se atreve a desafiar a la diosa Atenea
que lanza sobre ella el jugo de unas hierbas,
lo que hace que se transforme para siempre. En la
página 33 encontrarán las huellas de esta historia
nada menos que en la zoología.
Detalles.
El mito de Baucis y Filemón
narra la historia de dos ancianos
que le dan hospitalidad
a Zeus cuando él sale a recorrer
la tierra. El dios, colérico y caprichoso
a veces, demuestra con ellos cuán
agradecido puede ser con quienes hacen
el bien.
Es muy curioso que el nombre de Zeus y
Dios tenga el mismo origen. Ambos vienen
de la raíz indoeuropea diu, que significa "claridad
del día", y más aún, la palabra "día" pertenece a
la misma familia. Por otra parte, la palabra para Dios
en los idiomas indoeuropeos del norte de Europa, como
el alemán Gott, y el inglés God, proviene también
de un término indoeuropeo que significa "brillante".
Zeus
Zeus, el más grande de los dioses del panteón helénico, hijo de Cronos y Rea, es
esencialmente el dios de la luz, del cielo sereno y del rayo. Generalmente permanece
en la cumbre del monte Olimpo, pero a veces también viaja.
Zeus no solo provoca la lluvia,
lanza el rayo y el relámpago sino
que, sobre todo, mantiene el orden y
la justicia en el mundo. Es el encargado
de purificar a los homicidas de
la mancha de sangre, vela por el
mantenimiento de los juramentos y
por el respeto de los deberes para
con los huéspedes. No sólo ejerce
estos poderes con los hombres,
sino también en el seno
de la sociedad de los dioses.
Consciente de su responsabilidad,
es el único dios
que no se deja dominar por
sus caprichos –por lo menos
cuando no se trata de caprichos
amorosos–. Es el dispensador
de bienes y males.
Homero cuenta en la
Ilíada que en la puerta de su palacio hay dos jarras, una de ellas contiene los
bienes, y la otra, los males. En general, Zeus saca alternativamente el contenido
de una y el de la otra para cada uno de los mortales; pero a veces extrae exclusivamente
el de una de las dos. En esos casos, el destino resultante es, unas veces,
del todo bueno y, otras veces, que son la mayoría, por completo malo.
Los dioses griegos
LOS PERSONAJES MÁS NOTABLES DE LA MITOLOGÍA SON LOS DIOSES. EL COMPORTAMIENTO
DE LOS DIOSES GRIEGOS ES MUY SIMILAR AL DE LOS SERES HUMANOS: SIENTEN CELOS,
DESOBEDECEN, SON CAPRICHOSOS Y VENGATIVOS.
Los doce dioses y diosas más importantes de la antigua Grecia eran llamados
los Olímpicos y pertenecían a la misma familia, grande y guerrera. Vivían
todos juntos en un enorme palacio que estaba ubicado en la cima del monte
Olimpo, la montaña más alta de Grecia. La construcción, cuyas características
eran similares a los palacios de la tierra, había estado a cargo de los cíclopes. A
su alrededor se levantaban unas enormes murallas tan empinadas que era imposible
escalarlas.
Los dioses Hades y Perséfone, por su parte, vivían bajo la tierra, porque allí
tenían sus dominios, y Poseidón, siempre vinculado a las aguas, habitaba en las
fuentes, los ríos y los mares.
Los dioses griegos tenían el don de la inmortalidad;
no eran seres inmateriales, sino visibles
para los mortales. Eran perfectos y bellos. Su apariencia
y su comportamiento eran similares a los
de los hombres y, como ellos, vivían intensamente
sus pasiones. Estaban humanizados y dotados de
cualidades y defectos, como cualquier otro mortal.
Hades y Perséfone protagonizan algunos de
los llamados mitos del descenso a los infiernos.
Se los encuentra bajo diversos títulos:
Ceres y Proserpina, Plutón y Proserpina, Deméter y
Perséfone, entre otros.
Los olímpicos solían reunirse en la sala de consejos para discutir asuntos
que concernían a los mortales, por ejemplo, a qué ejército terrestre había que dejarle
ganar una guerra, si debían o no castigar a algún rey o a alguna reina por
haber tenido una conducta inadecuada. Pero casi todo el tiempo estaban ocupados
en sus propias peleas.
Entre los dioses, había esposos infieles, esposas celosas e hijos desobedientes...
y sus decisiones muchas veces eran crueles y despiadadas. Así, en sus historias
se pueden encontrar las pasiones más variadas: la envidia, la fidelidad, los
celos, la ira, la ambición, la desobediencia, la lealtad...
Los dioses bebían néctar, una bebida hecha de miel fermentada, y comían
ambrosía, una mezcla cruda de agua, miel, fruta, aceite de oliva, queso y cebada.
Algunos lo dudan y sugieren que el verdadero alimento consistía en unas setas
moteadas que aparecían cada vez que Zeus, el padre de los dioses, tocaba la
tierra con su rayo.
Al igual que los hombres, los dioses griegos eran impredecibles, por eso
unas veces tenían un estricto sentido de la justicia y otras eran crueles y vengativos.
El favor de los dioses se alcanzaba por medio de los sacrificios y de la piedad,
pero estos procedimientos no eran siempre efectivos puesto que los dioses
cambiaban fácilmente de opinión.
EL PENSAMIENTO MÍTICO
EL PENSAMIENTO MÍTICO
Carl Gustav Jung es conocido como uno de los
pioneros de la psicología, junto con Freud y Adler. Pero su renombre se ha
sustentado en el hecho de haber revitalizado el pensamiento mítico-simbólico -a
través de su hipótesis del Inconsciente Colectivo- en el hombre contemporáneo.
Sus estudios sobre mitos, símbolos, religión, artes y filosofía -además de los
realizados en el campo científico-, han ampliado la estrecha perspectiva en la
que Occidente se hallaba.
De esta forma tendió un puente hacia el
pasado, pero también hacia el Oriente, donde esta concepción del mundo aún
sigue vigente, buscando una integración entre el saber científico y el saber
tradicional.
¿Qué es un mito? ¿Cuál es la concepción mítica
del mundo? Para Mircea Eliade el mito cuenta una historia sagrada, que ha
ocurrido en un tiempo primordial, el fabuloso tiempo de los comienzos, donde
ciertos seres sobrenaturales han dado origen al Cosmos o algún fragmento de
éste: una isla, montaña, seres humanos, etc. Se trata de una creación que narra
cómo algo ha nacido, cómo ha comenzado a ser.
Para el hombre arcaico, el mito es una
historia verdadera, que le da una explicación y sentido a toda su existencia
constituyendo un "modelo ejemplar" para todas sus actividades, ya que
éstas fueron realizadas por primera vez por un ser fabuloso, o enseñadas por
éste a los seres humanos.
Para el hombre arcaico, conocer el origen de
las cosas le da poder y dominio sobre ellas, y de esta manera, participa de la
naturaleza sagrada del Cosmos a través de sus manifestaciones, lo que le
permite reproducir el acto creador en "illo tempore". En esta forma
de pensamiento se basa el hombre arcaico para realizar, por ejemplo, los ritos
de curación, ya que vuelve al enfermo, ya sea hombre, animal o planta, al
tiempo primordial, reiterando su creación. Pero no sólo en los ritos de
curación se manifiesta el tiempo mítico, sino en todos los demás actos ya que
todos se viven ritualmente debido al modelo ejemplar que a cada una de ellos le
antecede.
Esto supone una verdadera actitud religiosa;
se trata de vivir de acuerdo con el modelo ejemplar de los seres fabulosos o
dioses, sacralizando la existencia toda, se vive en un tiempo sagrado que se
distingue del cotidiano habitual, en un espacio también consagrado que
participa de la naturaleza divina.
El mito expresa de esta forma una gran riqueza
que podía ser aprehendida merced a su repetición ritual, dando al hombre
arcaico las respuestas a los interrogantes tales como el de la creación del
Cosmos, el nacimiento, la muerte y el sentido de la vida, cumpliendo una
función ordenadora y centralizadora de su existencia.
Sin embargo, esta forma de vivir fue quedando
relegada e, incluso, combatida y perseguida, con el desarrollo de la humanidad
en Occidente.
Las primeras críticas fueron hechas por los
filósofos griegos. El cristianismo con su noción de tiempo histórico y lineal,
con un comienzo y un final, asestó otro golpe a esta forma de pensamiento
cíclica, y, finalmente -luego de breves resurgimientos a lo largo de la
historia, especialmente en el Renacimiento-, la ciencia occidental con su
objetividad terminó de desencantar el Universo de todo residuo de seres
fabulosos.
El esfuerzo por desarrollar un mayor dominio
sobre los objetos del mundo borró de la faz de la tierra todo vestigio de esta
forma de pensamiento en el hombre moderno occidental. Por ejemplo, un autor
como Ludolfo Paramio "nos informa que el mito se identifica con la falsa
realidad y se constituye en obstáculo para la adquisición de un conocimiento
verdadero":
Otro de la talla de Roland Barthes dice que su
"función es deformar", y luego "el fin de los mitos es
inmovilizar el mundo".
Estas afirmaciones nos muestran que el otrora
reinante pensamiento mítico pasó a la categoría de maldito, lo que nos permite
observar una antigua verdad mítica: en los antiguos panteones, por ejemplo en
la India, cuando los Devas eran destronados de su sitial de preeminencia eran
transformados en Asuras, en demonios. Y como a todos los demonios, se los ha
exorcizado, o se los ha depositado en las capas más ignorantes de nuestra
sociedad, o en los lugares más alejados de los centros de cultura. Labourdette
nos dice: "El racionalismo occidental y la civilización presuntamente
tecnológica, nos han hecho creer (míticamente) que el mito se disipa o persiste
en zonas muy subdesarrolladas o ignorantes, o que pertenece a edades y espacios
arcaicos. Nada más erróneo. - Nada más mítico (en un sentido). Vivimos en un
mundo profundamente mítico donde creencias y razones se entretejen
incesantemente en espacios sagrados y profanos, entre máquinas sofisticadas y
dioses alquimistas".
Pero no nos dimos cuenta de que el demonio
vivía en nuestro propio interior; que detrás de nuestra fachada luminosa se escondían
profundidades insondables, tenebrosas con bajos deseos que nos asustan. Fue
Freud quien descubrió que detrás de nuestra razón se hallaba el Demonio del
Inconsciente con sus deseos y pulsiones tiránicas contrarias a la cultura.
Freud vio al Mr. Hyde que todos teníamos en nuestro interior, el Dios Eros
convertido en basura por la represión cultural, que ya había sido anticipado
por R. L. Stevenson con su hombre y la bestia en "El extraordinario caso
del Dr. Jekill y Mr. Hyde".
La razón ve en el mito un adversario, un
demonio que interfiere en sus propósitos, que inmoviliza al mundo y deforma la
realidad. Pero otros autores ven el mito como a la "Bestia" del
cuento "La Bella y la Bestia", que en realidad necesita ser librado
de su encantamiento , ya que esconde un príncipe, un "princeps", un
nuevo principio que otorgue un significado al agotado y desacralizado hombre de
la sociedad moderna.
Para Paul Ricoeur "el mito tiene alcance
ontológico (...) pretende abordar el origen de la existencia humana" y
además cumple una función "descubridora y esclarecedora". García
Pelayo nos dice que "las funciones míticas son esclarecedoras,
integradoras y movilizadoras"; y
Durand plantea que "el mito es presencia semántica y, formado por
símbolos, contiene comprensivamente su propio sentido. Para expresar esta
densidad semántica del mito que desborda por todas partes la linealidad del
significante".
Como podemos observar, los diferentes autores
y corrientes dividen su opinión sosteniendo el carácter esclarecedor o alienador
del mito. El mito puede descubrir o confundir la realidad, acercar la verdad o
la falsedad. Labourdette plantea: "La existencia del mito puede ubicarse,
según los autores, en distintos lugares que se distribuyen entre lo inefable y
lo aberrante, entre lo divino y lo diabólico".
¿Cómo conciliar posiciones tan antitéticas? Es
el mérito de C. G. Jung el intentar reunir estos opuestos. Jung sostiene que el
ser humano posee dos formas de pensamiento: una forma racional dirigida, en
palabras, orientada hacia afuera y que requiere de un esfuerzo sostenido. Jung
dice: "en este sentido, el pensamiento lógico o dirigido es un pensamiento
acerca de la realidad, es decir, que se adapta a la realidad en el cual
expresándolo en otras palabras, imitamos la sucesión de las cosas objetivas y
reales, de suerte que las imágenes desfilan en nuestra mente en la misma serie
estrictamente causal que los acontecimientos exteriores".
La otra forma es el sueño o fantaseo que es un
pensamiento "que se aparta de la realidad y libera tendencias subjetivas y
es improductivo, refractario a toda adaptación... Funciona sin esfuerzo, como
si dijéramos espontáneamente, con contenidos inventados, y es dirigido por
motivos inconscientes".
En la antigüedad, según Jung, se tendía a este
tipo de pensamiento. "Todo, el interés y la energía que el hombre moderno
invierte en la ciencia y la técnica, consagrábala el antiguo a su mitología. Es
su afán creador el que explica los desconcertantes cambios, las
transformaciones caleidoscópicas, los reagrupamientos sincretísticos y los
incesantes remozamientos de los mitos del ámbito cultural griego. Nos movemos
aquí en un mundo de fantasías que, poco preocupadas por la marcha externa de
las cosas, manan de una fuente interna y producen variadísimas figuras, unas
veces plásticas, otras esquemáticas. Esta actividad del espíritu de los
primeros tiempos de la antigüedad obraba por antonomasia artísticamente. Parece
que la finalidad del interés estribaba, no en captar objetivamente el cómo del
mundo real, sino en adaptarlo a fantasías y esperanzas subjetivas."
Para la ingenua antigüedad, prosigue Jung, el
sol era el gran padre del cielo, y la luna, la madre fecunda. Todo era
antropomórfico o teriomórfico y el Universo entero estaba animado por dioses y
demonios. "La imagen del mundo era harto alejada de la realidad, pero
correspondía cabalmente a la fantasía subjetiva".
Esta forma de pensar persiste en el niño ya
que "anima sus muñecos y sus juguetes en general, y en niños dotados de
fantasía no es difícil observar que viven en un mundo maravilloso".
De la misma manera se manifiesta en nuestros
sueños que "haciendo caso omiso de las conexiones reales de las cosas, se
ensambla en él lo más heterogéneo, y un mundo de imposibilidades suplanta al de
la realidad". Basándose en los
estudios de la psique infantil de Freud -quien halla algunas similitudes entre
ésta y la vida onírica- Jung encuentra un paralelo entre el pensamiento
mitológico de la antigüedad y el pensamiento similar de los niños, de los
primitivos y de los sueños.
Compara el funcionamiento y estructura de la
anatomía y genética humanas y su formación -a través de una serie de
transformaciones embrionarias que corresponden a cambios análogos en la
historia de la especie- con la vida psíquica: "el pensamiento infantil en
la vida psicológica del niño así como en el sueño, no sería más que una
repetición de anteriores etapas de desarrollo". Jung se apoya en Nietzsche
quien afirma: "Durmiendo y en sueños rehacemos toda la tarea de la
humanidad primitiva... Quiero decir: así como ahora razona el hombre durante el
sueño, así razonaba también la humanidad durante la vigilia muchos miles de
años; la primera causa que se le ocurría al espíritu para explicar cualquier
cosa que tuviera necesidad de explicación, le bastaba y consideraba verdad...
De estos procesos podemos deducir cuán tarde se desarrolló el pensamiento
lógico, más riguroso, la estricta indagación de causa y efecto, si todavía hoy
nuestras funciones racionales e intelectuales se retrotraen a estas formas primitivas
de raciocinio y si vivimos casi la mitad de nuestra vida en ese estado"
Freud ya consideraba en 1900 (Interpretación
de los Sueños) que el "sueño es la mitología privada del durmiente y el
mito el sueño despierto de los pueblos, que al Edipo de Sófocles y al Hamlet de
Shakespeare corresponde la misma interpretación que al sueño". Pero Freud
veía en el Edipo la realización de los deseos infantiles.
Rank, por otro lado, considera qué "la
manifestación de la relación íntima que existe entre el sueño y el mito no sólo
con respecto al contenido, sino también a la forma y a las fuerzas motrices de
ésta y muchas otras estructuras psíquicas más específicamente patológicas,
justifica plenamente la interpretación del mito como un sueño de los pueblos"
.
Pero Jung va más allá de una interpretación
patológica de esta forma de pensamiento; sugiere que "las bases
inconscientes de los sueños y de las fantasías sólo en apariencia son
reminiscencias infantiles. En realidad, trátase de formas de pensamiento basadas
en instintos, primitivos o arcaicos, que como es natural, se destacan con mayor
claridad en la infancia que después. Pero en sí distan de ser infantiles o
siquiera patológicas. Por lo tanto no deberían emplearse expresiones tomadas de
la patología. También en punto a sentido, contenido y forma, el mito fundado en
procesos imaginativos inconscientes dista mucho de ser infantil o expresión de
una postura autoerótica o autística, pese a crear una imagen del mundo que
apenas puede compararse con nuestra concepción racional y objetiva. La base
instintiva arcaica de nuestro espíritu constituye un dato objetivo, hallado,
que al igual que la estructura y disposición funcional heredadas del cerebro o
de cualquier otro órgano, no depende de la experiencia individual ni dei
arbitrio subjetivo-personal. La psique posee su propia historia genética, como
la tiene el cuerpo"
Jung denominó a esa psique objetiva el
"Inconsciente Colectivo", la considera como "la poderosa
herencia espiritual del desarrollo de la humanidad. La conciencia es algo
efímero, que se encarga de todas las adaptaciones y orientaciones momentáneas.
El inconsciente por el contrario, contiene la fuente de las fuerzas psíquicas
impulsoras y de las formas o categorías que las regulan, esto es, los arquetipos.
Todas las ideas y representaciones más fuertes de la humanidad se remontan a
arquetipos. Esto se da especialmente en el caso de las representaciones
religiosas. Pero tampoco conceptos centrales de la filosofía, ciencia y moral
son una excepción. Estos conceptos son en su forma actual, variantes de las
representaciones primitivas, surgidas a través de aplicación y adaptación,
puesto que la función de la conciencia es no sólo percibir y conocer el mundo
exterior a través de los sentidos, sino también proyectar creativamente hacia
el exterior el mundo interior".
Las consideraciones de Jung aparecen como
sorprendentes, ya que deriva los conocimientos científicos objetivos de los
subjetivos arcaicos. ¿Pero acaso 1a química no deriva de la mística alquimia?
Eliade considera que es en "la fe en la
ciencia experimental y en sus grandiosos progresos industriales donde hemos de
buscar la continuación de los sueños alquímicos" y continúa "la
alquimia ha legado al mundo moderno mucho
más que una química rudimentaria: le ha
transmitido su fe en la transmutación '-de la Naturaleza y su ambición de
dominar el tiempo".
Donde los alquimistas veían espíritus y
símbolos, los científicos utilizando el pensamiento dirigido ven relaciones
mecánicas abstractas según el método de las ciencias empíricas. Pero el
pensamiento totalizador mítico incluía no sólo la transformación externa sino
también la del propio individuo. El hombre y la Naturaleza estaban en una
relación de mutua correspondencia.
Donde se puede apreciar aún más esta relación
es en la predecesora de la astronomía: la astrología. El hombre antiguo ordenó
el caos del cielo estrellado, por medio de la proyección de las imágenes y
motivos míticos, que en realidad para Jung son los constituyentes del
Inconsciente Colectivo. Jung explica de esta forma los influjos estelares
afirmados por la astrología: "no son otra cosa que percepciones
introspectivas de la actividad del inconsciente colectivo".
En esta disciplina podemos apreciar el diálogo
entre el hombre y el Cosmos, hablan el lenguaje del símbolo. Eliade nos dice:
"en un mundo semejante el hombre no se siente encasillado en su propio
modo de existir. También él está abierto. Comunica con el mundo porque utiliza
el mismo lenguaje: el símbolo. Si el mundo le habla a través de sus astros, sus
plantas, sus animales, sus ríos y sus rocas, sus estaciones y sus noches, el
hombre le responde con sus sueños y su vida imaginaria, sus Antepasados y sus
tótems -a la vez naturaleza, sobrenaturaleza y seres humanos, con capacidad de morir
y resucitar ritualmente en las ceremonias de iniciación, por su poder de
encarnar un espíritu revistiéndose de una máscara, etcétera".
Si el mundo es transparente para el hombre
arcaico, éste siente también que el mundo "lo mira" y lo
comprende Cada objeto del Universo tiene
su "historia" que contarle, un consejo que darle.
En este diálogo entre los astros, el mito y el
sueño basaré la metodología para el desarrollo de este libro. Con el
instrumento denominado por Jung amplificación, intentaré profundizar en los
años en los que el propio Jung con frontó con los contenidos del Inconsciente,
realizando su propio autoanálisis. Esta etapa de su vida -hacia los 38 años-,
constituyó su crisis de mitad de vida, luego de su ruptura con Freud seguida
por un progresivo alejamiento del mundo cultural de su época.
Fue una etapa angustiante, donde todos sus
apoyos se derrumbaron y quedó expuesto a los embates del Inconsciente. Lo
asaltaban sueños y visiones, sin poder comprender su significado, temiendo caer
en un colapso psicótico.
Sin embargo en esta "edad oscura"
fue decidiendo su orientación de vida, como así también los fundamentos de su
psicología y de su concepción de los mitos y símbolos como auténticos
exponentes del Inconsciente Colectivo.
Distintos autores han interpretado -según sus
simpatías y coincidiendo con el doble aspecto del pensamiento mítico-, desde
una heroica conquista del Inconsciente hasta como un brote psicótico. Como en
todas opiniones extremas la verdad estará en el centro, incluyéndola a ambas.
Por esta razón intentaré mostrar cómo se
conjugan ambas facetas en la experiencia vivida por Jung en su "viaje al
más allá", coincidiendo con el doble aspecto: esclarecedor-alienador, en
el pensamiento mítico. También intentaré mostrar cómo Jung proyectó
creativamente hacia el exterior, en su psicología, las vivencias y los
contenidos simbólicos con los que se confrontó, en su peligrosa travesía
-comparada por él con la Nekya de Ulises en la Odisea- a través del mundo
interior.
Mitos: Orfeo y Eurìdice.
Orfeo y Eurídice
Orfeo canta.
Canta recorriendo las praderas y los bosques de su país, Tracia. Acompaña su canto con una lira,
instrumento que él perfeccionó agregándole dos cuerdas... Hoy la lira posee nueve cuerdas. ¡Nueve cuerdas... en
homenaje a las nueve musas!
El canto de Orfeo es tan bello, que las piedras del camino se apartan para no lastimarlo, las ramas de los
árboles se inclinan hacia él, y las flores se apuran a abrir sus capullos para escucharlo mejor.
De repente, Orfeo se detiene: frente a él, hay una muchacha de gran belleza. Sentada en la ribera del río
Peneo, está peinando su larga cabellera. Pero se detiene con la llegada del viajero. Ella viste sólo una túnica
ligera, al igual que las náyades que habitan las fuentes. Orfeo y la ninfa se encuentran cara a cara un instante,
sorprendidos y encandilados uno por el otro.
—¿Quién eres, hermosa desconocida? —le pregunta al fin Orfeo, acercándose a ella.
—Soy Eurídice, una hamadríade.
Por el extraño y delicioso dolor que le atraviesa el corazón, Orfeo comprende que el amor que siente por
esta bella ninfa es inmenso y definitivo.
—¿Y tú? —pregunta, por fin, Eurídice—. ¿Cuál es tu nombre?
—Me llamo Orfeo. Mi madre es la musa Calíope y mi padre, Apolo, ¡el dios de la Música! Soy músico
y poeta.
Haciendo sonar algunos acordes en su instrumento —cuerdas tendidas en un magnífico caparazón de
tortuga—, agrega:
—¿Ves esta lira? La inventé yo y la he llamado cítara.
—Lo sé. ¿Quién no ha oído hablar de ti, Orfeo?
Orfeo se hincha de orgullo. La modestia no es su fuerte. Le encanta que la ninfa conozca su fama.
—Eurídice —murmura inclinándose ante ella—, creo que Eros me ha lanzado una de sus flechas...
Eros es el dios del Amor. Halagada y encantada, Eurídice estalla en una carcajada.
—Soy sincero —insiste Orfeo—. ¡Eurídice, quiero casarme contigo!
Pero escondido entre los juncos de la ribera, hay alguien que no se ha perdido nada de la escena. Es otro
hijo de Apolo: Aristeo, que es apicultor y pastor. Él también ama a Eurídice, aunque la bella ninfa siempre lo
rechazó. Se muerde el puño para no gritar de celos. Y jura vengarse...
¡Hoy se casan Orfeo y Eurídice!
La fiesta está en su apogeo a orillas del río Peneo. La joven novia ha invitado a todas las hamadríades,
que están bailando al son de la cítara de Orfeo. De golpe, para hacer una broma a su flamante esposo, exclama:
—¿Podrás atraparme?
Riendo, se echa a correr entre los juncos. Abandonando su cítara, Orfeo se lanza en su persecución. Pero
la hierba está alta, y Eurídice es rápida. Una vez que su enamorado queda fuera de su vista, se precipita en un
bosquecillo para esconderse. Allí, la apresan dos brazos vigorosos. Ella grita de sorpresa y de miedo.
—No temas —murmura una voz ronca—. Soy yo: Aristeo.
—¿Qué quieres de mí, maldito pastor? ¡Regresa con tus ovejas, tus abejas y tus colmenas!
—¿Por qué me rechazas, Eurídice?
—¡Suéltame! ¡Te desprecio! ¡Orfeo! ¡Orfeo!
—Un beso... Dame un solo beso, y te dejaré ir.
Con un ademán brusco, Eurídice se desprende del abrazo de Aristeo y regresa corriendo a la ribera del
Peneo. Pero el pastor no se da por vencido y la persigue de cerca.
En su huida, Eurídice pisa una serpiente. La víbora hunde sus colmillos en la pantorrilla de la muchacha.
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—¡Orfeo! —grita haciendo muecas de dolor.
Su novio acude. Entonces, Aristeo cree más prudente alejarse.
—¡Eurídice! ¿Qué ha ocurrido?
—Creo... que me mordió una serpiente.
Orfeo abraza a su novia, cuya mirada se nubla. Pronto acuden de todas partes las hamadríades y los
invitados.—
Eurídice... te suplico, ¡no me dejes!
—Orfeo, te amo, no quiero perderte...
Son las últimas palabras de Eurídice. Jadea, se ahoga. Es el fin, el veneno ha hecho su trabajo. Eurídice
ha muerto.
Alrededor de la joven muerta, resuenan ahora lamentos, gritos y gemidos.
Orfeo quiere expresar su dolor: toma su lira e improvisa un canto fúnebre que las hamadríades repiten en
coro. Es una queja tan conmovedora que las bestias salen de sus escondites, se acercan hasta la hermosa difunta
y unen sus quejas a las de los humanos. Es un canto tan triste y tan desgarrador que, del suelo, surgen aquí y allá
miles de fuentes de lágrimas.
—¡Es culpa de Aristeo! —acusa de golpe una de las hamadríades.
—Es verdad. ¡He visto cómo la perseguía!
—Malvado Aristeo... ¡Destruyamos sus colmenas!
—Sí. Matemos todas sus abejas. ¡Venguemos a nuestra amiga Eurídice!
Orfeo no tiene consuelo. Asiste a la ceremonia fúnebre sollozando. Las hamadríades, emocionadas, le
murmuran:
—Vamos, Orfeo, ya no puedes hacer nada. Ahora, Eurídice se encuentra a orillas del río de los infiernos,
donde se reúnen las sombras.
Al oír estas palabras, Orfeo se sobresalta y exclama:
—Tienen razón. Está allí. ¡Debo ir a buscarla!
A su alrededor, se escuchan algunas protestas asombradas. ¿El dolor había hecho a Orfeo perder la
razón? ¡El reino de las sombras es un lugar del que nadie vuelve! Su soberano, Hades, y el horrible monstruo
Cerbero, su perro de tres cabezas, velan por que los muertos no abandonen el reino de las tinieblas.
—Iré —insiste Orfeo—. Iré y la arrancaré de la muerte. El dios de los infiernos consentirá en
devolvérmela. ¡Sí, lo convenceré con el canto de mi lira y con la fuerza de mi amor!
La entrada en los infiernos es una gruta que se abre sobre el cabo Ténaro. ¡Pero aventurarse allí sería una
locura!
Orfeo se ha atrevido a apartar la enorme roca que tapa el orificio de la caverna; se ha lanzado sin temor
en la oscuridad. ¿Desde hace cuánto tiempo que camina por este estrecho sendero? Enseguida, gemidos lejanos
lo hacen temblar. Luego, aparece un río subterráneo: el Aqueronte, famoso río de los dolores...
Orfeo sabe que esa corriente de agua desemboca en la laguna Estigia, cuyas orillas están pobladas por
las sombras de los difuntos. Entonces, para darse ánimo, entona un canto con su lira. ¡Y sobreviene el milagro:
las almas de los muertos dejan de gemir, los espectros acuden en muchedumbre para oír a este audaz viajero que
viene del mundo de los vivos!
De repente, Orfeo ve a un anciano encaramado sobre una embarcación. Interrumpe su canto para
llamarlo:
—¿Eres tú, Caronte? ¡Llévame hasta Hades!
Subyugado tanto por los cantos de Orfeo como por su valentía, el barquero encargado de conducir las
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almas al soberano del reino subterráneo hace subir al viajero en su barca. Poco después, lo deja en la otra orilla,
frente a dos puertas de bronce monumentales. ¡Allí están, cada uno en su trono, el temible dios de los infiernos
y su esposa Perséfone! A su lado, el repulsivo can Cerbero abre las fauces de sus tres cabezas; sus ladridos
llenan la caverna.
Hades mira despectivo al intruso:
—¿Quién eres tú para atreverte a desafiar al dios de los infiernos?
Entonces, Orfeo canta. Acompañando el canto con su lira, alza una súplica en tono desgarrador:
—Noble Hades, ¡mi valentía nace solamente de la fuerza de mi amor! De mi amor hacia la bella
Eurídice, que me ha sido arrebatada el día mismo de mi boda. Ahora, ella está en tu reino. Y vengo, poderoso
dios, a implorar tu clemencia. ¡Sí, devuélveme a mi Eurídice! Déjame regresar con ella al mundo de los vivos.
Hades vacila antes de echar a este atrevido. Vacila, pues incluso el terrible Cerbero parece conmovido
por ese ruego: el monstruo ha dejado de ladrar. ¡Se arrastra por el suelo, gimiendo!
—¿Sabes, joven imprudente —declara Hades señalando las puertas— que nadie sale de los infiernos?
¡No debería dejarte ir!
—¡Lo sé! —respondió Orfeo—. ¡No temo a la muerte! Puesto que he perdido a mi Eurídice, perdí toda
razón de vivir. ¡Y si te niegas a dejarme partir con ella, permaneceré entonces aquí, a su lado, en tus infiernos!
Perséfone se inclina hacia su esposo para murmurarle algunas palabras al oído. Hades agacha la cabeza,
indeciso. Por fin, tras una larga reflexión, le dice a Orfeo:
—Y bien, joven temerario, tu valor y tu pena me han conmovido. Que así sea: acepto que partas con tu
Eurídice. Pero quiero poner tu amor a prueba...
Una oleada de alegría y de gratitud invade a Orfeo.
—¡Ah, poderoso Hades! ¡La más terrible de las condiciones será más dulce que la crueldad de nuestra
separación! ¿Qué debo hacer?
—No darte vuelta para mirar a tu amada hasta tanto no hayan abandonado mis dominios. Pues serás tú
mismo quien la conduzca fuera de aquí. ¿Me has comprendido bien? ¡No debes mirarla ni hablarle! Si
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desobedeces, Orfeo, ¡perderás a Eurídice para siempre!
Loco de alegría, el poeta se inclina ante los dioses.
—Ahora vete, Orfeo. Pero no olvides lo que he decretado.
Orfeo ve que las dos hojas de la pesada puerta de bronce se entreabren chirriando.
—¡Camina delante de ella! ¡No tienes derecho a verla!
Rápidamente, Orfeo toma su lira y se dirige hacia la barca de Caronte. Lo hace lentamente, para que
Eurídice pueda seguirlo. ¿Pero, cómo estar seguro? La angustia, la incertidumbre le arrancan lágrimas de los
ojos. Está a punto de exclamar: "¡Eurídice!", pero recuerda a tiempo la recomendación del dios y se cuida de no
abrir la boca. Apenas sube a la barca de Caronte, siente que la embarcación se bambolea por segunda vez.
¡Eurídice, pues, se ha unido a él! Refunfuñando por el sobrepeso, el viejo barquero emprende el camino contra
la corriente.
Finalmente, Orfeo desciende en tierra y se lanza hacia el camino que conduce al mundo de los vivos...
Pronto, se detiene para oír. A pesar de las corrientes de aire que soplan en la caverna, adivina el roce de un
vestido y el ruido de pasos de mujer que siguen por el mismo sendero. ¡Eurídice! ¡Eurídice! Escala las rocas de
prisa para reunirse con ella lo antes posible. Pero, ¿y si se está adelantando demasiado? ¿Y si ella se extravía?
Dominando su impaciencia, disminuye la velocidad de su andar, atento a los ruidos que, a sus espaldas,
indican que Eurídice lo está siguiendo. Pero cuando vislumbra la entrada de la caverna a lo lejos, una espantosa
duda lo asalta: ¿y si no fuera Eurídice? ¿Y si Hades lo ha engañado? Orfeo conoce la crueldad de la que son
capaces los dioses, ¡sabe cómo estos pueden burlarse de los desdichados humanos! Para darse ánimo, murmura:
—Vamos, sólo faltan algunos pasos...
Con el corazón palpitante, Orfeo da esos pasos. ¡Y de un salto, llega al aire libre, a la gran luz del día!
—Eurídice... ¡por fin!
No aguanta más y se da vuelta.
Y ve, en efecto, a su amada.
En la penumbra.
Pues, a pesar de que sigue sus pasos, ella aún no ha franqueado los límites del tenebroso reino. Y Orfeo
comprende súbitamente su imprudencia y su desgracia.
—Eurídice... ¡no!
Es demasiado tarde: la silueta de Eurídice ya se desdibuja, se diluye para siempre en la oscuridad. Un
eco de su voz lo alcanza:
—Orfeo... ¡adiós, mi tierno amado!
El enorme bloque se cierra sobre la entrada de la caverna. Orfeo sabe que es inútil desandar el camino de
los infiernos.
—Eurídice... ¡Por mi culpa te pierdo una segunda vez!
Orfeo está de vuelta en su país, Tracia. Ha contado sus desdichas a todos aquellos que cruzó en su
camino. La conciencia de su culpabilidad hace que su desesperación sea ahora más intensa que antes.
—Orfeo —le dicen las hamadríades—, piensa en el porvenir, no mires hacia atrás... Tienes que aprender
a olvidar.
—¿Olvidar? ¿Cómo olvidar a Eurídice? No es mi atrevimiento lo que los dioses han querido castigar,
sino mi excesiva seguridad.
La desaparición de Eurídice no ha privado a Orfeo de su necesidad de cantar: día y noche quiere
comunicar a todos su dolor infinito... Y los habitantes de Tracia no tardan en quejarse de ese duelo molesto y
constante.
—¡De acuerdo! —declara Orfeo—. Voy a huir del mundo. Voy a retirarme lejos del sol y de las
bondades de Grecia. ¡Así, ya nadie me oirá cantar ni gemir!
4
Siete meses más tarde, Orfeo llega al monte Pangeo. Allí, alegres clamores indican que una fiesta está en
su plenitud. Bajo inmensas tiendas de tela, beben numerosos convidados. Algunos, ebrios, cortejan de cerca a
mujeres que han bebido mucho también. Cuando Orfeo está dispuesto a seguir su camino, unas muchachas lo
llaman:
—¡Ven a unirte a nosotros, bello viajero!
—¡Qué magnífica lira! ¿Así que eres músico? ¡Canta para nosotros!
—Sí. ¡Ven a beber y a bailar en honor de Baco, nuestro amo!
Orfeo reconoce a esas mujeres: son las bacantes; sus banquetes terminan, a menudo, en bailes
desenfrenados. Y Orfeo no tiene ánimo para bailar ni para reír.
—No. Estoy de duelo. He perdido a mi novia.
—¡Una perdida, diez encontradas! —exclamó en una carcajada una de las bacantes, señalando a su
grupo de amigas—. ¡Toma a una de nosotras por compañera!
—Imposible. Nunca podría amar a otra.
—¿Quieres decir que no nos crees lo suficientemente hermosas?
—¿Crees que ninguna de nosotras es digna de ti?
Orfeo no responde, desvía la mirada y hace ademán de partir. Pero las bacantes no están dispuestas a
permitírselo.
—¿Quién es este insolente que nos desprecia?
—¡Hermanas, debemos castigar este desdén!
Antes de que Orfeo pueda reaccionar, las bacantes se lanzan sobre él. Orfeo no tiene ni energía ni deseos
de defenderse. Desde que ha perdido a Eurídice, el infierno no lo atemoriza, y la vida lo atrae menos que la
muerte.
Alertados por el alboroto, los convidados acuden y dan fin al infortunado viajero que se atrevió a
rechazar a las bacantes. En su ensañamiento, las mujeres furiosas desgarran el cuerpo del desdichado poeta. Una
de ellas lo decapita y se apodera de su cabeza, la toma por el cabello y la arroja al río más cercano. Otra recoge
su lira y también la tira al agua.
La noticia de la muerte de Orfeo se extiende por toda Grecia.
Cuando las musas se enteran, acuden al monte Pangeo, que las bacantes ya habían abandonado.
Piadosamente, las musas recogen los restos del músico.
—¡Vamos a enterrarlo al pie del monte Olimpo! —deciden—. Le edificaremos a Orfeo un templo digno
de su memoria.
—¿Pero, y su cabeza? ¿Y su lira?
—Ay, no las hemos encontrado.
Nadie volvió a ver jamás la cabeza de Orfeo ni su lira.
Pero durante la noche, cuando uno pasea por las orillas del río, a veces, sube un canto de asombrosa
belleza. Parece una voz acompañada por una lira.
Aguzando el oído, se distingue una triste queja.
Es Orfeo llamando a Eurídice.
La dolorosa historia de Orfeo y de Eurídice es mencionada por los trágicos griegos, entre ellos Eurípides
(siglo V a. C.) en su obra Las bacantes. Más adelante, esa historia fue tema de muchas óperas, como las de
Claudio Monteverdi (siglo XVII) y las de Christoph Gluck (siglo XVIII).
5
Teseo y Ariadna
Aquella noche, Egeo, el anciano rey de Atenas, parecía tan triste y tan preocupado que su hijo Teseo le
preguntó:
—¡Qué cara tienes, padre...! ¿Acaso te aflige algún problema?
—¡Ay! Mañana es el maldito día en que debo, como cada año, enviar siete doncellas y siete muchachos
de nuestra ciudad al rey Minos, de Creta. Esos desdichados están condenados...
—¿Condenados? ¿Para expiar qué crimen deben, pues, morir?
—¿Morir? Es bastante peor: ¡serán devorados por el Minotauro!
Teseo reprimió un escalofrío. Tras haberse ausentado durante largo tiempo de Grecia, acababa de llegar
a su patria; sin embargo, había oído hablar del Minotauro. Ese monstruo, decían, poseía el cuerpo de un hombre
y la cabeza de un toro; ¡se alimentaba de carne humana!
—¡Padre, impide esa infamia! ¿Por qué dejas perpetuar esa odiosa costumbre?
—Debo hacerlo —suspiró Egeo—. Mira, hijo mío, he perdido tiempo atrás la guerra contra el rey de
Creta. Y, desde entonces, le debo un tributo: cada año, catorce jóvenes atenienses sirven de alimento a su
monstruo...
Con el ardor de la juventud, Teseo exclamó:
—En tal caso, ¡déjame partir a esa isla! Acompañaré a las futuras víctimas. Enfrentaré al Minotauro,
padre. Lo venceré. ¡Y quedarás libre de esa horrible deuda!
Con estas palabras, el viejo Egeo tembló y abrazó a su hijo.
—¡Nunca! Tendría demasiado miedo de perderte.
Una vez, el rey había estado a punto de envenenar a Teseo sin saberlo; se trataba de una trampa de
Medea, su segunda esposa, que odiaba a su hijastro.
—No. ¡No te dejaré partir! Además, el Minotauro tiene fama de invencible. Se esconde en el centro de
un extraño palacio: ¡el laberinto! Sus pasillos son tan numerosos y están tan sabiamente entrelazados que
aquellos que se arriesgan no descubren nunca la salida. Terminan dando con el monstruo... que los devora.
Teseo era tan obstinado como intrépido. Insistió, se enojó, y luego, gracias a sus demostraciones de
cariño y a su persuasión, logró que el viejo rey Egeo, muerto de pena, terminara cediendo.
A la mañana, Teseo se dirigió con su padre al Pireo, el puerto de Atenas. Estaban acompañados por
jóvenes para quienes sería el último viaje. Los habitantes miraban pasar el cortejo; algunos gemían, otros
mostraban el puño a los emisarios del rey Minos que encabezaban la siniestra fila.
Pronto, la tropa llegó a los muelles donde había una galera de velas negras atracada.
—Llevan el duelo —explicó el rey—. Ah... hijo mío... si regresas vencedor, no olvides cambiarlas por
velas blancas. ¡Así sabré que estás vivo antes de que atraques!
Teseo se lo prometió; luego, abrazó a su padre y se unió a los atenienses en la nave.
Una noche, durante el viaje, Poseidón, el dios de los mares, se apareció en sueños a Teseo. Sonreía.
—¡Valiente Teseo! —le dijo—. Tu valor es el de un dios. Es normal: eres mi hijo con el mismo título
que eres el de Egeo1...
Teseo oyó por primera vez el relato de su fabuloso nacimiento.
—¡Al despertar, sumérgete en el mar! —le recomendó Poseidón—. Encontrarás allí un anillo de oro que
el rey Minos ha perdido antaño.
Teseo emergió del sueño. Ya era de día A lo lejos ya se divisaban las riberas de Creta.
Entonces, ante sus compañeros estupefactos, Teseo se arrojó al agua. Cuando tocó el fondo, vio una joya
que brillaba entre los caracoles. Se apoderó de ella, con el corazón palpitante. De modo que todo lo que le había
1 La madre de Teseo había sido tomada a la fuerza por Poseidón la noche de su boda.
6
revelado Poseidón en sueños era verdad: ¡él era un semidiós!
Este descubrimiento excitó su coraje y reforzó su voluntad.
Cuando el navío tocó el puerto de Cnosos, Teseo divisó entre la multitud al soberano, rodeado de su
corte. Fue a presentarse:
—Te saludo, oh poderoso Minos. Soy Teseo, hijo de Egeo.
—Espero que no hayas recorrido todo este camino para implorar mi clemencia —dijo el rey mientras
contaba con cuidado a los catorce atenienses.
—No. Sólo tengo un anhelo: no abandonar a mis compañeros.
Un murmullo recorrió el entorno del rey. Desconfiado, este examinó al recién llegado. Reconociendo el
anillo de oro que Teseo llevaba en el dedo, se preguntó, estupefacto, gracias a qué prodigio el hijo de Egeo
había podido encontrar esa joya. Desconfiado, refunfuñó:
—¿Te gustaría enfrentar al Minotauro? En tal caso, deberás hacerlo con las manos vacías: deja tus
armas.
Entre quienes acompañaban al rey se encontraba Ariadna, una de sus hijas. Impresionada por la
temeridad del príncipe, pensó con espanto que pronto iba a pagarla con su vida. Teseo había observado durante
un largo tiempo a Ariadna. Ciertamente, era sensible a su belleza. Pero se sintió intrigado sobre todo por el
trabajo de punto que llevaba en la mano.
—Extraño lugar para tejer —se dijo.
Sí, Ariadna tejía a menudo, cosa que le permitía reflexionar. Y sin sacarle los ojos de encima a Teseo,
una loca idea germinaba en ella...
—Vengan a comer y a descansar —decretó el rey Minos—. Mañana serán conducidos al laberinto.
Teseo se despertó de un sobresalto: ¡alguien había entrado en la habitación donde estaba durmiendo!
Escrutó en la oscuridad y lamentó que le hubieran quitado su espada. Una silueta blanca se destacó en la
sombra. Un ruido familiar de agujas le indicó la identidad del visitante:
—No temas nada. Soy yo: Ariadna.
La hija del rey fue hasta la cama, donde se sentó. Tomó la mano del muchacho.
—¡Ah, Teseo —le imploró—, no te unas a tus compañeros! Si entras en el laberinto, jamás saldrás de él.
Y no quiero que mueras...
Por los temblores de Ariadna, Teseo adivinó qué sentimientos la habían empujado a llegar hasta él esa
noche. Perturbado, murmuró:
—Sin embargo, Ariadna, es necesario. Debo vencer al Minotauro.
—Es un monstruo. Lo detesto. Y, sin embargo, es mi hermano...
—¿Cómo? ¿Qué dices?
—Ah, Teseo, déjame contarte una historia muy singular...
La muchacha se acercó al héroe para confiarle:
—Mucho antes de mi nacimiento, mi padre, el rey Minos, cometió la imprudencia de engañar a
Poseidón: le sacrificó un miserable toro flaco y enfermo en vez de inmolarle el magnífico animal que el dios le
había enviado. Poco después, mi padre se casó con la bella Pasífae, mi madre. Pero Poseidón rumiaba su
venganza. En recuerdo de la antigua afrenta que se había cometido contra él, le hizo perder la cabeza a Pasífae y
la indujo a enamorarse... ¡de un toro! ¡La desdichada llegó, incluso, a mandar construir una carcasa de vaca con
la cual se disfrazaba, para unirse al animal que amaba!
—¡Qué horrible estratagema!
—La continuación, Teseo, la adivinas —concluyó Ariadna temblando—. Mi madre dio nacimiento al
Minotauro. Mi padre no podía decidirse a matar a ese monstruo; pero quiso esconderlo para siempre de la vista
de todos. Convocó al más hábil de los arquitectos, Dédalo, que concibió el famoso laberinto...
Impresionado por este relato, Teseo no sabía qué decir.
—No creas —agregó Ariadna— que quiero salvar al Minotauro. ¡Ese devorador de hombres merece mil
veces la muerte!
—Entonces, lo mataré.
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—Si llegaras a hacerlo, nunca encontrarías la salida del laberinto.
Un largo silencio se produjo en la noche. De repente, la muchacha se acercó aún más al joven y le dijo:
—¿Teseo? ¿Si te facilitara el medio de encontrar la salida del laberinto, me llevarías de regreso contigo?
El héroe no respondió. Por cierto, Ariadna era seductora, y la hija de un rey. Pero él había ido hasta esa
isla no para encontrar allí una esposa, sino para liberar a su país de una terrible carga.
—Conozco los hábitos del Minotauro —insistió—. Sé cuáles son sus debilidades y cómo podrías acabar
con él. Pero esa victoria tiene un precio: ¡me sacas de aquí y me desposas!
—De acuerdo. Acepto.
Ariadna se sorprendió de que Teseo aceptara tan rápidamente. ¿Estaba enamorado de ella? ¿O se
sometía a una simple transacción? ¡Qué importaba!
Le confió mil secretos que le permitirían vencer a su hermano al día siguiente. Y el ruido de su voz se
mezclaba con el obstinado choque de sus agujas: Ariadna no había dejado de tejer.
Frente a la entrada del laberinto, Minos ordenó a los atenienses:
—¡Entren! Es la hora...
Mientras los catorce jóvenes aterrorizados penetraban uno tras otro en el extraño edificio, Ariadna
murmuró a su protegido:
—¡Teseo, toma este hilo y, sobre todo, no lo sueltes! Así, quedaremos ligados uno con el otro.
Tenía en la mano el ovillo de la labor que no la abandonaba jamás. El héroe tomó lo que ella le extendía:
un hilo tenue, casi invisible. Si bien el rey Minos no adivinó su maniobra, comprendió que a ese muchacho y a
su hija les costaba mucho separarse.
—¿Y bien, Teseo —se burló—, acaso tienes miedo?
Sin responder, el héroe entró a su vez en el corredor. Muy rápidamente, se unió a sus compañeros que
vacilaban ante una bifurcación.
—¡Qué importa! —les dijo—. Tomen a la derecha.
Desembocaron en un corredor sin salida, volvieron sobre sus pasos, tomaron el otro camino que los
condujo a una nueva ramificación de varios pasillos.
—Vayamos por el del centro. Y no nos separemos.
Pronto emergieron al aire libre; a los muros del laberinto habían seguido infranqueables bosquecillos.
—¿Quién sabe? —murmuró uno de los atenienses—. ¿Y si el destino nos ofreciera la posibilidad de no
llegar al Minotauro... sino a la salida?
Ay, Teseo sabía que no sería así: ¡Dédalo había concebido el edificio de modo tal que se terminaba
llegando siempre al centro!
Fue exactamente lo que se produjo. Hacia la noche, cuando sus compañeros se quejaban de la fatiga y
del sueño, Teseo les ordenó de pronto:
—¡Detengámonos! Escuchen. Y además... ¿no oyen nada?
Los muros les devolvían el eco de gruñidos impacientes. Y en el aire flotaba un fuerte olor a carroña.
—Llegamos —murmuró Teseo—. ¡El antro del monstruo está cerca! Espérenme y, sobre todo, ¡no se
muevan de aquí!
Partió solo, con el hilo de Ariadna siempre en la mano.
De repente, salió a una explanada circular parecida a una arena. Allí había un monstruo aún más
espantoso que todo lo que se había imaginado: un gigante con cabeza de toro, cuyos brazos y piernas poseían
músculos nudosos como troncos de roble. Al ver entrar a Teseo, mugió un espantoso grito de satisfacción voraz.
Bajo las narinas, su boca abierta babeaba. Debajo de su cabeza bovina y peluda, apuntaban unos cuernos
afilados hacia la presa. Luego, se lanzó hacia su futura víctima golpeando la arena con sus pezuñas.
El suelo estaba cubierto de osamentas. Teseo recogió la más grande y la blandió. En el momento en que el
monstruo iba a ensartarlo, se apartó para asestarle en el morro un golpe suficiente para liquidar a un buey...
¡pero no lo bastante violento para matar a un Minotauro!
El monstruo aulló de dolor. Sin dejarle tiempo de recuperarse, Teseo se aferró a los dos cuernos para
saltar mejor encima de los hombros peludos. Así montado, apretó las piernas alrededor del cuello de su enemigo
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y, con toda su fuerza, ¡las estrechó! Privado de respiración, el monstruo, furioso, se debatió. ¡Ya no podía clavar
los cuernos en ese adversario que hacía uno con él! Pataleó, cayó y rodó por el suelo. A pesar de la arena que se
filtraba en sus orejas y en sus ojos, Teseo no soltaba prenda, tal como Ariadna se lo había recomendado.
Poco a poco, las fuerzas del Minotauro declinaron. Pronto, lanzó un espantoso mugido de rabia, tuvo un
sobresalto... ¡y exhaló el último suspiro! Entonces, Teseo se apartó de la enorme cosa inerte. Su primer reflejo
fue ir a recuperar el hilo de Ariadna.
El silencio insólito y prolongado había atraído a sus compañeros.
—Increíble... ¡Has vencido al Minotauro! ¡Estamos a salvo!
Teseo reclamó su ayuda para arrancar los cuernos del monstruo.
—Así —explicó—, Minos sabrá que ya no queda tributo por reclamar.
—¿De qué serviría? Por cierto, nos hemos salvado. Pero nos espera una muerte lenta: no encontraremos
jamás la salida.
—Sí —afirmó Teseo mostrándoles el hilo—. ¡Miren!
Febriles, se pusieron en marcha. Gracias al hilo, volvían a desandar el largo y tortuoso trayecto que los
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había conducido hasta el Minotauro. A Teseo le costaba calmar su impaciencia. Se preguntaba qué dios
benévolo le había dado esa idea genial a Ariadna. Pronto, el hilo se tensó: del otro lado, alguien tiraba con tanta
prisa como él.
Finalmente, luego de muchas horas, emergieron al aire libre. El héroe, extenuado, tiró los cuernos
sanguinolentos del Minotauro al suelo, cerca de la entrada.
—¡Teseo... por fin! ¡Lo has logrado!
Loca de amor y de alegría, Ariadna se precipitó hacia él. Se abrazaron. La hija de Minos echó una
mirada enternecida al enorme ovillo desordenado que Teseo, todavía, tenía entre las manos.
—A pesar de todo —le reprochó sonriendo—, hubieras podido enrollarlo mejor...
El alba se acercaba. Acompañados por Ariadna, Teseo y sus compañeros se escurrieron entre las calles
de Cnosos y llegaron al puerto.
—¡Perforen el casco de todos los navíos cretenses! —ordenó.
—¿Por qué? —se interpuso Ariadna, asombrada.
—¿Crees que tu padre no va a reaccionar? ¿Que va a dejar escapar con su hija al que mató al hijo de su
esposa?
—Es verdad —admitió ella—. Y me pregunto qué castigo va a infligir a Dédalo, ya que su laberinto no
protegió al Minotauro como lo esperaba mi padre2.
Cuando el sol se levantó, Teseo tuvo un sueño extraño: esta vez, fue otro dios, Baco, el que se le
apareció.
—Es necesario —ordenó—, que abandones a Ariadna en una isla. No se convertirá en tu esposa. Tengo
para ella otros proyectos más gloriosos.
—Sin embargo —balbuceó Teseo—, le he prometido...
—Lo sé. Pero debes obedecer. O temer la cólera de los dioses.
Cuando Teseo se despertó, aún vacilaba. Pero al día siguiente, la galera debió enfrentar una tormenta tan
violenta que el héroe vio en ella un evidente signo divino. Gritó al vigía:
—¡Debemos detenernos lo antes posible! ¿No ves tierra a lo lejos?
—¡Sí! Una isla a la vista... Debe ser Naxos.
Atracaron allí y esperaron que los elementos se calmaran.
La tormenta se apaciguó durante la noche. A la madrugada, mientras Ariadna seguía durmiendo sobre la
arena, Teseo reunió a sus hombres. Ordenó partir lo antes posible. Sin la muchacha.
—¡Así es! —dijo al ver la cara llena de reproches de sus compañeros.
Los dioses no actúan sin motivo. Y Baco tenía buenas razones para que Teseo abandonara a Ariadna:
seducido por su belleza, ¡quería convertirla en su esposa! Sí, había decidido que tendría con ella cuatro hijos y
que, pronto, se instalaría con él en el Olimpo. Como señal de alianza divina se había prometido, incluso,
regalarle un diamante que daría nacimiento a una de las constelaciones más bellas...
Claro que Teseo ignoraba las intenciones de ese dios enamorado y celoso. Singlando de nuevo hacia
Atenas, se acusaba de ingratitud. Preocupado, olvidó la recomendación que su padre le había hecho...
Apostado a lo alto del faro que se erigía en la entrada del Pireo, el guardia gritó, con la mano como
visera encima de los ojos:
—¡Una nave a la vista! Sí... es la galera que vuelve de Creta. ¡Rápido, vamos a advertir al rey!
Menos de tres kilómetros separan a Atenas de su puerto. Loco de esperanza y de inquietud, el viejo rey
Egeo acudió a los muelles.
—¿Las velas? —preguntó alzando la cabeza hacia el guardia—. ¿Puedes ver las velas y decirme cuál es
2 Minos condenará a Dédalo y a su hijo Ícaro a quedar prisioneros en el famoso laberinto.
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su color?
—Ay, gran rey, son negras.
El viejo Egeo no quiso saber más. Loco de dolor, se arrojó al mar y se ahogó.
Cuando la galera atracó, acababan de conducir el cuerpo del viejo Egeo a la orilla. Teseo se precipitó
hacia él. Adivinó enseguida lo que había ocurrido y se maldijo por su negligencia.
—¡Padre mío! ¡No... estoy vivo! ¡Vuelve en ti, por piedad!
Pero era demasiado tarde: Egeo estaba muerto. La tristeza que invadió a Teseo le hizo olvidar de golpe
su reciente victoria sobre el monstruo. Con amargura, el héroe pensó que acababa de perder a una esposa y a un
padre.
—¡A partir de ahora, Teseo, eres rey! —dijeron los atenienses, inclinándose.
El nuevo soberano se recogió sobre los restos de Egeo. Solemnemente, decretó:
—¡Que este mar, a partir de ahora, lleve el nombre de mi padre adorado!
Y a partir de ese día funesto, en que el vencedor del Minotauro regresó de Creta, el mar que baña las
costas de Grecia lleva el nombre de Egeo.
Mientras tanto, Ariadna se había despertado en la isla desierta. En el día naciente, vio a lo lejos las velas
oscuras de la galera que se alejaba. Incrédula, balbuceó:
—¡Teseo! ¿Es posible que me abandones?
Siguió el navío con los ojos hasta que se lo tragó el horizonte. Comprendió, entonces, que nunca
volvería a ver a Teseo. Sola en la playa de Naxos, dio libre curso a su pena; gimió largamente sobre la
ingratitud de los hombres.
Luego, Ariadna reencontró sobre la arena su labor abandonada.
Retomó las agujas. Y en espera de que se realizara el prodigioso destino que ella ignoraba, puso
nuevamente manos a la obra.
Tejía a la vez que lloraba.
El poeta latino Catulo (siglo I) y, más tarde, Ovidio en sus Metamorfosis relatan este mito.
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